miércoles, 23 de noviembre de 2011

Vamos al cine

The Shadow and its Shadow
Por fiarnos del poco fiable José Francisco Aranda, equivocamos el título del libro de Paul Hammond The Shadow and its shadow (y no The Shadow of a Shadow). Esta es una obra muy importante para los lectores en inglés que no pueden acceder a las fuentes, casi todas francesas, de los escritos surrealistas sobre el cine. El lector en lengua francesa dispone de la antología de los Virmaux (Les surréalistes et le cinéma, 1976), y la mayoría de los textos traducidos por Hammond son conocidos, aunque haya un par de rarezas de Robert Benayoun –a quien siempre es refrescante leer– y algunas muestras de la no fácil de obtener L’Âge du Cinéma.
Hammond ha hecho un gran trabajo, antologando, traduciendo y aportando un denso ensayo introductorio. Hay que manejar la tercera edición, revisada y aumentada, que publicó en 2000 City Light Books, de San Francisco. La primera data de 1978 y la segunda de 1991.
Claro que una obra de este calibre tendría que actualizarse con los escritos sobre cine emanados del surrealismo en las últimas décadas. Recordamos sobre la marcha la interesante encuesta del grupo sueco y algunos ensayos sobre Svankmajer (y los textos del propio Svankmajer).
Surrealism and cinema
Este libro de Michael Richardson (2006), tras una introducción, dedica sucesivos artículos al “surrealismo y la cultura popular”, Buñuel. Prévert, Hollywood, el documental, Nelly Kaplan, Borowczyk, Svankmajer, el cine pánico, Raul Ruiz y, por fin, “el surrealismo y el cine contemporáneo”.
Se trata sin duda de un trabajo brillante e importante, pero en lo que tiene de aproximable a Le surréalisme au cinéma naufraga inevitablemente. Kyrou solo ha habido uno, y su libro es tan poco actualizable como puede serlo la Antología del humor negro o Le surréalisme et la peinture. Con respecto al primero, el propio Breton señaló, en la segunda y definitiva edición, que solo había querido ejemplificar, a través de una serie de escritores que él conocía, la noción de humor negro (lo que descalificaba ya de antemano a todos los imbéciles que luego han salido atacándolo porque faltaba este o aquel, como si además su deber hubiera sido conocer a todos los escritores de todas las literaturas del mundo). Michael Richardson, quien señala en la introducción que habría que pasar a peine fino el libro de Kyrou, luego nos brinda el siguiente dislate: por un lado descalifica el cine de Man Ray –siempre delicioso, y lleno de sentido y de sentidos–, y por otra nada menos que hace referencia seria, en el cine contemporáneo, al vomitivo Almodóvar, suerte de embudo por el que pasa toda la basura del pensamiento dominante de la sórdida España de los últimos lustros –acercar este soberano cretino al surrealismo tan solo por su “gusto de la provocación y de lo bizarro”, sería identificar al surrealismo con la provocación por la provocación y con lo bizarro por lo bizarro, en lo que se trata por lo demás de una falsa provocación y de un bizarro miserabilista.
Michael Richardson, en la introducción, también corrige a Breton: él sabe lo que tenía que haber dicho en vez de lo que dijo. “El ojo existe en estado salvaje” está mal, porque no es verdad. Tenía que haber escrito: “Necesitamos colocar al ojo en tal estado de receptividad que se vuelva capaz de ver de una manera salvaje”. Esperemos que no se le ocurra rehacer los Manifiestos: el resultado sería desolador. (Y citemos un recentísimo comentario de Georges Sebbag y Emmanuel Guigon: “El comienzo de El surrealismo y la pintura nos atrapa de entrada por lo tajante de la primera frase”).
Sin Man Ray, sin Entreacto ni Anemic cinéma porque no son surrealistas sino dadaístas, y sin las obras de Zimbacca, de Marcel Mariën, de Wilhelm Freddie, de Georges Goldfayn o de Robert Benayoun porque no se consiguen (o de Moerman porque ni es nombrado), no sorprende que se vaya a buscar surrealismo a los documentales, a Raul Ruiz o a los pánicos, lo que es tan poco convincente como todo lo referido a los trabajos de Jacques Prévert. En cuanto al capítulo de Buñuel, aquí lo absurdo no viene de él, sino del pasaje de una carta de Mattias Forshage opinando que las últimas películas de Buñuel desembocaban en un “callejón sin salida”. Lo que es desbarrar, o ver lo contrario de lo que hay.
Uno espera lo peor de un libro que en la contraportada viene elogiado por la “subrealista” Mary Ann Caws. Por suerte, el trabajo de Michael Richardson, pese a los matices señalados, tiene el nivel a que estamos con él acostumbrados, y es una aportación de primera línea a la temática del surrealismo y el cine, particularmente para el lector en lengua inglesa, con capítulos espléndidos como los dedicados a Borowczyk, Nelly Kaplan y Svankmajer.
Petr Král y el burlesco americano
Pese a que Petr Král aprovechó el golpe schusteriano para dejar el surrealismo, debe reconocerse que el surrealismo es decisivo en la realización de sus dos inestimables libros sobre el burlesco americano, sin duda para nosotros las obras de referencia en esta fabulosa materia.
El burlesco americano de los años 10 y 20, más las prolongaciones habladas de gigantes como los Marx o W.C. Fields, pertenece de lleno al espíritu surrealista. En un ciclo de cine surrealista que se hizo en La Laguna (Tenerife) –ciclo en verdad riguroso, y que originó el excelente librito Los surrealistas y el cine–, una espectadora de nuestra confianza nos dijo al final: “Lo más surrealista fue la película del cómico americano gordo y de nariz roja”. Y sin duda que muchos slapsticks y cortos de Fields harían mejor papel en los ciclos surrealistas que documentales como A propósito de Niza o que La concha y el clérigo.
Los dos libros de Petr Král fueron publicados en 1984: Le Burlesque ou Morale de la tarte à la crème, y 1986: Les Burlesques ou Parade des somnambules. El autor trata en el primero aspectos generales –pero siempre ejemplificando lo que dice–, para detenerse en el segundo en las grandes figuras, con capítulos para Max Linder, Fatty, Chaplin, Keaton, Harry Langdon, Larry Semon, Harold Lloyd y Laurel y Hardy. Ambos libros son de lectura fascinante, cada uno excediendo las 300 páginas, con ilustraciones y con útiles índices de títulos y nombres al final.
Una ausencia, la de Charley Bowers, se justifica por solo haberse recuperado sus películas con posterioridad a la publicación de ambos libros. Y se nos ocurre también que tal vez debiera pasarse a primer plano un artista que parece crecer con los años: Snub Pollard.


Los libros de Petr Král abundan en referencias al universo surrealista, pero también al jazz, del que es Král un conocedor consumado, y tanto del antiguo como del que se origina en el bop. Hasta soñamos con que hubiera escrito un libro sobre el jazz en la línea de estos dos.
Por lo que se refiere al slapstick, recordemos otras dos obras que vienen, una de un surrealista: Le regard de Buster Keaton (1982) de Robert Benayoun, y otra de un amigo del surrealismo: Harold Lloyd (1968) de Raymond Borde (quien también escribió, con Charles Perrin, un Laurel & Hardy, 1965).
“Conscientes de la relatividad de todo, los cómicos trastocan con alegría los valores establecidos y erigidos en ídolos. Cuando Max Sennett dice que él y sus colegas eran especialistas de la «dignidad irritada» y del «sabotaje de la Autoridad», sabe de lo que habla; al menos en cuanto al gag y al gesto aislado, este gusto del trastorno sistemático no se detiene en efecto ante nada. Y es ahí donde se sitúa lo esencial”.
“La autonomía que el burlesco concede al gag, en detrimento de la unidad dramática clásica, es de hecho la autonomía que la poesía contemporánea, en sus manifestaciones más características, concede al verso y a la imagen. Renunciando a la coherencia «cerrada» de una intriga, se le sustituye la coherencia, autónoma o abierta, de un discurso interior (o mejor interiorizado), de un «pensamiento en imágenes» que, del mismo modo que un poema va de verso en verso, salta de gag en gag, y cuyo mensaje –más allá del «contenido manifiesto»– reposa sobre la carga analógica (metafórica) de las diferentes visiones”.
Violons d’Ingres
Un lapsus en Caleidoscopio surrealista –“Violon d’Ingres” por “Violons d’Ingres”– nos permite recordar esta preciosa película de nuestro muy estimado Jacques-B. Brunius (a quien por cierto recientemente hemos podido admirar en el gran papel de malvado que representa en Los gavilanes del estrecho de Raoul Walsh, película de 1953).
Esta película está disponible en el tercer dvd de los que componen la caja de Pierre Prévert Mon frère Jacques. Con una duración de 30 minutos, incluye como platos fuertes la intervención de Yves Tanguy haciendo de cartero y pintando en la calle y la pionera aparición del Palacio Ideal del cartero Cheval, a quien Breton y los surrealistas conocieron gracias a Brunius. También pueden verse las creaciones del abad Fourré en la costa bretona, objeto del gran dossier de Bruno Montpied en L’Or aux 13 îles.
En Le surréalisme au cinéma dice Ado Kyrou (quien también filmaría el Palacio Ideal): “La película de Brunius que yo prefiero es Violons d’Ingres. La secuencia del palacio del cartero Cheval, ejemplo de documental surrealista, y la secuencia del aduanero Rousseau, primera aplicación del género «pintura filmada», son los puntos de partida de un cine percusivo”.
Mientras esperamos se haga realidad el deseo de Kyrou –que toda la obra de Brunius sea rescatada–, conformémonos con la visión de esta pieza de oro.