miércoles, 25 de enero de 2012

“Noa-noa”, n. 6: Jean-Jacques Jack Dauben


Falta en nuestra colección el n. 5 de los “Noa-noa”, así que agradecemos a quien lo tenga nos lo haga llegar digitalmente, para  poderlo insertar en esta serie.
Así que vamos hoy con el n. 6. Sin duda al nada cristiano y muy pagano Mário Cesariny le debió entusiasmar el título de esta exposición de su amigo Jean Jacques Jack Dauben, y más cuando procede de la célebre obra de su amado Rimbaud. Este número 6 reproduce la invitación, viniendo al dorso los datos: “Noa-noa Surrealist Editions. Number 6. Lisboa Maio 1989. Cinquenta cópias numeradas de 1 a 50”; en otra página, Dauben posa ante uno de sus cuadros.
De Jean-Jacques Dauben hicimos en Caleidoscopio surrealista la siguiente semblanza:
“Tras fundar el grupo surrealista de Columbus, Dauben se une al de Arsenal, pero luego continúa la aventura surrealista junto a Timothy Robert Johnson, Allan Graubard, Thom Burns y otros. En la gran exposición de Chicago, 1976, su intervención había sido clave, con la obtención de artefactos vudúes, el contacto establecido gracias a él con Laughlin y Kamrowski o sus memorables Cajas Negras de los Umoristas Luminosos –las de Péret y Vaché, en las que no faltan la inmortal foto del cura ni el reloj despertador, están preciosamente reproducidas en Invisible heads, donde la presencia de Dauben es muy intensa, incluida su pintura En el dominio de los Grandes Transparentes, documentación sobre su exposición de pinturas, dibujos y objetos The Pagan Blood Returns (Columbus, 1983), la exploración del imaginario hopi y celta (con pinturas a dúo con el poeta y artista hopi Mike Kabotie y la exposición de 2000 Ancestral Reunions: The Hopi/Celtic Collaborations) y sus “ecuaciones” que cierran la obra y son un capítulo imprescindible del retrato surrealista (se trata de retratos de los amigos de Columbus, Los Ángeles, San Francisco y Nueva York a partir de imágenes –dos para cada uno– azarosamente encontradas en la red)”.
La citada pintura “In the Domain of the Grand Transparents” fue expuesta en 1983:


Mário Cesariny y Jean-Jacques Dauben se conocieron en 1976, durante la magna exposición de Chicago “Marvelous Freedom / Vigilance of  Desire”, a la    que asistió el poeta portugués. Cuando Cesariny monta la exposición internacional surrealista del Teatro Ibérico (Lisboa, 1984), no pueden faltar ni los amigos de Arsenal ni los de Columbus, ya que para él poca significación tenían las disensiones que habían tenido lugar entre los surrealistas estadounidenses. El catálogo, excepcional, incluía una serie de textos, siendo uno de los más explosivos el que, bajo el título de “La cosecha del mal”, firmaban Jean-Jacques Jack Dauben y Timothy Johnson, con este ácido párrafo:
“El hombre moderno (oímos a los antiguos reírse) inventó una nueva santísima trinidad, quizás más detestable que su correspondiente místico-cristiana. Su dios progreso lanza contra los de sangre salvaje los ángeles del racionalismo, del utilitarismo y del autoritarismo. Nos cantan la canción de la ley y del orden acompañada por el estruendo de las puertas de las cárceles, algazara que se destina a sofocar el grito del amor desenfrenado. Hombre moderno, no pasas de un montón de carne descuartizada de niños con moscas humanas. Hombre moderno, háblanos del futuro donde la vida sobrevivió a tu suicidio, finalmente libre de ti”.
Ese texto era un año anterior, ya que se trata del manifiesto que ambos surrealistas han redactado para la exposición “Harvest of evil”, celebrada en Columbus. También Cesariny reproduce el dibujo con lápiz de sanguina “Guerrero-poeta”, de 1982, y que luego hará acompañar de dos textos “salvajes” elegidos por él, para su publicación en una revista “anartista” portuguesa, año de 1983:


Interés enorme –André Breton se hubiera sin género de dudas entusiasmado– es la citada entente Dauben/Kabotie, y en general el encuentro entre estos surrealistas y los artistas hopi, todo ello documentado maravillosamente en el capítulo 7 de la imprescindible obra de Thom Burns y Allan Graubard Invisible Heads. Surrealists in North America. An untold Story, 2011. En 1981, Dauben, Terri Engle –compañera de Dauben–, Thom Burns y Timothy Johnson se trasladan a Arizona, donde no solos enlazan con los artistas hopi y asisten a las ceremonias katchina, sino que contactan con indios yaquis, zunis, apaches y navajos –o sea, con los sociedades de las que más cerca puede sentirse el surrealismo. En el caso de Dauben, el diálogo con los pueblos amerindios se complementa con la indagación en sus raíces celtas. En 1996, Dauben y el artista hopi Mike Cabotie realizan pinturas colectivas, que exponen cuatro años después con el título de “Ancestral Reunions: The Hopi/Celtic Collaborations”, declarando entonces Dauben:
“We see the paintings as our dances. In a way, when we are painting together we are a new tribe and those paintings are the plaza and that’s where Mike and I dance”.
En esta foto, Dauben y Cabotie aparecen ante el cuadro de ambos “Wings from the center”:


Sensacional es el “Mensaje a los artistas hopi” de Burns y Dauben, firmado el 21 de febrero de 1985 en Second Mesa, al que pertenecen estas líneas:
“From a surrealist perspective, the Artist Hopi represents the highest authentically regal peak that artists can ever hope to reach: the expression which exalts the inner and outer integrity of a truly great culture”.
Este capítulo 7 incluye una carta sobre el asunto enviada por Vincent Bounoure a Thom Burns en 1985, y, naturalmente, muchas imágenes, entre las que seleccionamos esta de las colaboraciones entre Cabotie y Dauben, acompañadas de dos tan breves como espléndidos textos:


Para cerrar este ya largo artículo (aunque no lo suficiente) sobre Dauben y Cesariny, nada mejor que reproducir este poema en que interviene otra de las grandes figuras del territorio surrealista a lo largo de las últimas décadas: Allan Graubard, a quien, por cierto, Cesariny no dejó de contactar para la encuesta sobre André Breton que realizó a principios de los 90. Se trata de un poema colectivo que ambos dedicaron al surrealista de Lisboa cuando este falleció. Dauben comenzó a escribirlo, se lo envió a Graubard, que lo continuó, luego siguió Dauben, y así hasta el final: