lunes, 11 de febrero de 2013

Guy Cabanel, poeta legendario


Lo he dicho un par de veces, y lo repito ahora, aunque no sea yo ni mucho menos el único en pensarlo: Guy Cabanel es uno de los grandes poetas de todo el surrealismo.
Al menos por lo que yo llevo anotado, Les cités légendaires viene a ser su cuaderno poético número 27, en 54 años de poesía iniciados con À l’animal noir (1958), que fue reeditado en 1992 precisamente por haberse convertido en un título completamente legendario.
Uno se asombra, o, mejor dicho, uno lamenta ver por ahí a tanto falso poeta que ya tiene reunidos en grueso volumen todos sus escritos tristes, en tanto aquellos que verdaderamente cuentan, como Guy Cabanel, viven en pequeñas ediciones, algunas hasta ilocalizables.
Esas publicaciones de Guy Cabanel, casi todas breves, han llevado en general ilustraciones de amigos surrealistas, o de amigos del surrealismo: Robert Lagarde, Mimi Parent, Adrien Dax, Jean Benoît, Jorge Camacho, Toyen, Jean-Claude Silbermann, Jean Terrossian, Jacques Lacomblez, Jacques Zimmermann, Barthélémy Schwartz, Lucques Trigaut... Una lista impresionante, que suma ahora el nombre de Jacques Desbiens, a quien conocíamos por su fino prólogo a Joyero de los días, de Bernar Sancha. Los 18 dibujos de Les cités légéndaires se corresponden muy bien, en su carácter fantasmal y fantástico, con los retratos poéticos que Guy Cabanel hace de sus ciudades legendarias –a saber, Idalès, Arkhangelsk, Focshani, Nuremberg, Sanaa, Münster, Albacete, Tver, Nara, Gand, Ljubljana, Jaipur, Breslau, Uppsala, Gloucester, Samara, Nidaros, Skoplje, Jehol, Samarkand, Besançon y Providence. Nombres, en su mayoría, de resonancias míticas, no siendo casual que la lista acabe con la urbe del maestro novecentista de la literatura fantástica, su “viejo amigo” al que reconoce, sobre un esquife en medio de la bahía de Narragansett, “por su rostro en forma de hoja de cuchillo”. Tampoco falta, en este viaje superexótico, el mundo oriental del que ha sido el poeta un gran amante y conocedor, con “la encantadora Lo Fou” reinando sobre la ciudad de Jehol.
Las prosas míticas de Les cités légendaires nos evocan uno de los libros más sorprendentes de Guy Cabanel: el fabuloso Hommage à l’Amiral Leblanc, publicado en 2009 por las ediciones Ab irato, con un maestro prólogo-“inducción” de Alain Joubert e ilustraciones propuestas por Eve Mairot, Barthélémy Schwartz y el propio Joubert. Este extraordinario personaje, fino y elegante, con su escudo “Leblancadmire” le surgió al poeta en dos sueños que tuvo a fines de los años 60, y ya nunca lo ha abandonado, con su bajel El Admirable, sus historias de otrora, sus ocurrencias peregrinas que hacen pensar en el Capitán Cap (y señalar por mi parte que hay en algunas páginas del homenaje al almirante Leblanc un cierto sabor a Alphonse Allais es lo más grande que yo puedo decir de un narrador contemporáneo), sus glorias y aventuras, sus ritos, sus amores y sus “pensamientos y proclamas”, incluidos al final de la obra. Entre esos pensamientos, veamos el que profiere en una taberna: “¿No soy yo mismo un sueño? ¡Oh, muchachas y marineros, quien responda a esta cuestión será más que almirante!”.
Verdadero poeta del mar, el almirante Leblanc tiene como cuartel general la ciudad de Hnem, conquistada por él, y de la que se nos ofrece al final del librito de Ab irato un plano al que no le falta el escudo del almirante, con el lema anagramático “le blanc admire”: