lunes, 27 de mayo de 2013

“A Phala”, n. 2


Tras muchos avatares referidos en la página de créditos, A Phala, “revista del movimiento surrealista” que dirige Sergio Lima, acaba de publicarse. Pocos ejemplos tan claros de la continuidad del surrealismo como esta revista-almanaque, cuyo número 1, “catálogo de la primera exposición surrealista, teniendo como temas la mano mágica y el andrógino primordial”, vio la luz en agosto de 1967. En medio no queda un vacío, sino la actividad incesante de Sergio Lima, no solo de una extraordinaria riqueza personal sino, por un lado, aglutinadora de fuerzas en el Brasil, con varios grupos surrealistas, y, por otro, bien ligada al surrealismo de los más variados lugares.
A Phala supera pues con creces el otro interregno más largo de las revistas del surrealismo: el de Analogon, que entre su número primero y el segundo dejó pasar 21 años. Analogon ya no ha parado, y en cuanto A Phala sabemos que está en marcha un tercer número, para el próximo año.
Este número consta de 407 páginas exactamente en el mismo formato y con las mismas características del primero, que tenía 160. Una de las primeras cosas positivas que hemos de resaltar es que la revista carezca por completo de subvenciones o apoyos institucionales o de cualquier otro tipo, lo que tiene más mérito al tratarse de una edición de calidad, con buen papel y compleja maquetación de Rodrigo Mota, que hubo al final que adaptar a una serie de actualizaciones y añadidos.
Por descontado, la revista lleva el sello personalísimo de su director, de sus preocupaciones y sus amistades electivas. Al final de cada texto de las materias pautadas, hay una frase o definición de la imagen en el surrealismo, ya que, a los temas del 67, o sea la mano mágica y el andrógino primordial, suceden o corresponden ahora los de la imagen explosiva y el retorno por lo salvaje.
El centro astrológico de la revista es un muy bello calendario de efemérides surrealistas, que, como ocurre tan frecuentemente en el surrealismo, no es más que una puerta que se abre, ya que aquello que nos ofrece es solo un atisbo de lo que se podría descubrir y hacer.
La vertiente brasileña, como es de esperar, resulta la más rica: documentos sobre la exposición del 67, la carta abierta a Óscar Domínguez que Fátima Roque leyó en Tenerife cuando el congreso Surrealismo Siglo21, un texto sobre el collage de Maria Regina Marques, los dibujos de Heloísa Pessôa, las historietas en verso e imagen de Zuca Sardan, un ensayo de Marcus Salgado sobre Cruz e Sousa y otro de Deusdédit de Morais sobre Gérard de Nerval, textos de los “surrealistas negros” del Brasil antologados por Franklin Rosemont y Robin D. G. Kelley, las “pinturas negras” de Paulo Leite, las calcomanías “Retorno a lo salvaje” de Sergio Lima precedidas de su ensayo “El retorno por el primitivismo es la vuelta a lo salvaje de la imagen”, un reportaje sobre el arte de los indios del Amazonas y un amplio dossier del grupo deCollage, que ha aliado fuerzas con Sergio Lima y sus amigos en este número capital.
La vertiente americana se completa con Ludwig Zeller y los poemas y collages de “Mujer en sueño”, Alejandro Puga y la selección de fragmentos de “Pájaro galante”, un largo poema de María Meleck Vivanco con entrevista de Raúl Henao y un dossier Buenos Aires con poemas de Silvia Guiard, Pablo Baldomá y Carmen Bruna más el ensayo de la primera (ya conocido, pero que no está de más que aparezca también aquí) sobre “el Surrealismo en la lucha contra la Dictadura”. La conexión São Paulo-Buenos Aires viene de lejos, y también hay aquí ilustraciones de Víctor Chab y Jorge Kleiman.


No podía faltar la presencia portuguesa, con destaque para Mário Cesariny, un poderoso aliado de Sergio Lima en Portugal durante décadas, como hoy lo es Miguel de Carvalho, cuya Cabo Mondego Section of Portuguese Surrealism hubiera estado en este número bien presente de no haber estado la revista en el dique seco estos últimos años. Incluso este segundo número se presenta como un homenaje a Cesariny, partícipe del primero y animador del proyecto de un segundo.
Siguiendo con el ámbito europeo, tenemos: los “Lugares soñados” de Lou Dubois (relatos y collage); el “Free Jazz” de Rik Lina (relación de algunas de sus aventuras automatistas); las fotos de Javier Gálvez; un dossier Svankmajer donde se incluye su magnífico “Decálogo”; ensayos de François Leperlier (sobre Le point sublime, obra cumbre de Georges Sebbag), Michael Löwy (sobre Claude Cahun), Alain Joubert (hablándonos de Breton y de Gombrowicz), Georges Sebbag (“Futuro futurista, presente dadá y tiempo sin hilo surrealista”) y Roger Renaud (dos de los soberbios textos antirromanos que publicó en el Bulletin de Liaison Surréaliste); tres páginas manuscritas de Locus Solus...
El grupo de París, decisivo en la exposición de 1967, marca aquí su presencia con una “carta abierta” de 2005 en que traza su historia desde aquella época y con un “Teléfono árabe surrealista”. Otro de los muchos enlaces con el primer número es la presencia de Benjamin Péret, al haber Sergio Lima unido el poema con títulos de filmes que publicó Péret en L’âge du Cinéma allá por 1951 al relato con títulos de cuadros de Magritte que dio a conocer Her de Vries en 1995 (“Esto no es una simple historia de amor”). Dos experimentos lúdicos con el sello imaginativo del surrealismo.
Me resta, en esta reseña descriptiva, referirme al homenaje a Renzo Margonari y a los “retratos relámpago”. El homenaje a Margonari fija su atención en un gran artista que se ha movido en un contexto bastante hostil al surrealismo: Italia, y que además ha sido perjudicado, desde un punto de vista estrictamente surrealista, por una desafortunada caracterización de su pintura como “parasurrealista” y por el hecho de haber formado parte del movimiento Phases, que a veces ha supuesto, para los más dogmáticos o sectáreos, una marca de distancia del surrealismo, lo que si en ciertos casos es cierto, en otros, como es el caso de Margonari, no se verifica en absoluto.
Los “retratos relámpago” continúan este apartado de homenajes, conformando una sección muy atractiva y bellamente diseñada, con Murilo Mendes retratando poéticamente a Lautréamont, a André Breton y a Elsie Houston, Raúl Henao a Jorge Cáceres, Tony Pusey y Philip West y Gilbert Lely a su amado Sade.
¡Qué revista del surrealismo! Digamos por último que en España se distribuye regularmente, ya que ha sido editada e impresa allí (con el apoyo decisivo de la editorial tinerfeña La Página), pero que para el resto del mundo el distribuidor es la librería de Miguel de Carvalho, cuyos enlaces son:
Miguel de Carvalho, Adro de Baixo, 6, 3000-420, Coimbra, Portugal.

Luca, Trost


Este fin de semana comienzan dos eventos resaltables.
En Bucarest, del 30 de mayo al 3 de junio se celebra un congreso sobre Ghérasim Luca, con motivo de su centenario. Aunque no se deba generalizar, no dejamos de recordar las palabras de Sarane Alexandrian cuando se indignaba con los que se acercan después de muerto a un poeta de la magnitud de Gherasim Luca, postergado en vida y que se suicida ante la infamia de un mundo que ignora a la poesía, cuando no hace escarnio de ella.
En segundo lugar, del 30 de mayo al 30 de junio hay en la galería Artemper de París una exposición titulada “Mundos imaginarios”, que reúne obras “fantásticas” y “surrealistas”, cóctel poco armonioso. Están los nombres de William Gear, Francis Bott, Joseph Kurhacek, Alberto Martini, Armand Simon, Stanley-William Hayter, Dolfi Trost y otros que desconozco, porque deben ser “fantásticos”.
Dolfi Trost es el enlace con el congreso de Bucarest, ya que se trata de uno de los grandes nombres del surrealismo rumano. Este óleo sobre cartón, de 1952, perteneció a André Breton y se titula Angustia cósmica:

lunes, 20 de mayo de 2013

Dave Bobroske


Uno de los grandes exponentes del automatismo plástico, Dave Bobroske, acaba de fallecer en Holanda.
Nacido en Vancouver en 1949, tras sus estudios artísticos escogió vivir en Utrecht, la ciudad de los pintores surrealistas Johannes Moesman y Willem Wagenaar.
Junto al compositor canadiense Paul Goodman, que también residía en Holanda, organizó la revista Thumor y participó en el grupo experimental de multi-media y música electrónica Midim, con diversas intervenciones en  los años 1990 y 1991. Entre 1990 y 1995, fue uno de los nombres de la muy importante revista anarco-surrealista de Amsterdam Droomschaar. Pero sobre todo conocemos a Dave Bobroske por haber sido uno de los más importantes componentes, desde 1991 hasta 2013, de CAPA (Collectiv Automatic Painting Amsterdam), al que tanto debe el automatismo surrealista en su decisiva vertiente de creación colectiva, ajena a todo valor narcisista o mercantil.

El trabajo de Dave Bobroske era muy versátil, viajando entre reveladores dibujos caligráficos, profundas investigaciones en la poesía visual, performances, instalaciones, libros artísticos y objetos, muchas veces todo ello inscrito en aventuras colectivas.
En el catálogo de la exposición de Coimbra “O reverso do olhar”, podemos apreciar tres muestras en tinta china sobre papel del automatismo de Dave Bobroske. Otras exposiciones personales y colectivas suyas tuvieron lugar, siempre en contextos surrealistas, en Utrecht, Amsterdam, Paris, Hannover, Poznan, Santiago de Chile...
Encabezamos esta nota con “La historia de un ojo de cerradura”, obra CAPA de Bobroske, Rik Lina, Geert van Mulken y Paul Goodman, y a la derecha tenemos Icarus, collage de grandes dimensiones, hecho con Goodman y Lina.
Natures Spine (1993) fue realizado junto a Gerda vander Krans, Rik Lina y Miguel Lohlé. La intervención tuvo lugar en la Galerie 13 de Hannover, cada obra llevada a cabo en unos 5 ó 10 minutos:


La siguiente foto pertenece a una de las “performances” de Bobroske, en este caso en colaboración con el poeta compositor Paul Goodman: Quadrinom (1992), también en la Galerie 13. Bobroske trabajó en cuatro largos paneles plásticos, valiéndose de diferentes materiales, mientras que Goodman, acompañado de su música electrónica, leía su poesía automática:


Seguimos con los tres dibujos incluidos en el catálogo “O reverso do olhar”:


Y concluimos con la portada de un libro en que se verifican de nuevo los dos grandes nortes de Dave Bobroske: el automatismo y la actividad colectiva.

Breves

He aquí algunos enlaces sobre la reciente exhibición del grupo checo y eslovaco en Trutnov:
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Por su parte, el incansable Arnost Budik organiza esta exposición itinerante internacional, cuyo catálogo lleva un breve texto suyo sobre “erotismo o sexualidad”. Participan en ella, aparte el propio Budik, Rafet Arslan, Pavel Bezdecka, Josef Bubenik, Miguel de Carvalho, Zdenek Cibulka, Cins, Jan Docekal, Aube Elléouët, Linda Filipová, Amirah Gazel, Jiri Havlicek, Martin Hronza, Lubomir Kerndl, Gabriela Kopcová, Alla Kovalska, Josef Kremlacek, Vladimir Kubicek, Henry Lejeune, Rik Lina, Miguel Lohlé, Luiz Morgadinho, Ayse Ozkan, Vaclav Pajurek, Zdenek Piza, Pedro Prata, João Rasteiro, Tomas Rayner, Pavel Reznicek, Walter de Rycke, Enrique de Santiago, Jaroslav Marak, Cruzeiro Seixas, Sam Schwimmer, Erszi Szabo Stefunková, Jiri Tichy, Oldrich Vorel, John Welson y Jan Wolf.
Al mismo tiempo tenemos noticia de que ya apareció el número 5 de Styxus, revista del grupo surrealista Stir Up, que esperamos reseñar próximamente.
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El n. 2 de L’art du jazz (Éditions du Félin) incluye textos sin duda valiosos de Jean-Yves Bériou (“Third Ear Recitation”), François-René Simon (“Konrad Klapheck: le jazz en apparence”), Alexandre Pierrepont (“Musique domaine du possible: New Yorubas dans les nouveaux mondes”) e Ildefonso Rodríguez (“Jazz en la boca”). El texto de Jean-Yves Bériou, que ya hemos podido leer, es de veras magnífico, una reflexión de altura y profundidad sobre las relaciones entre el automatismo poético y la improvisación musical.
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Miguel Estrada, "Mosaico"
Miguel Estrada es un mejicano en Praga que se siente muy cercano a la revolución surrealista. Se define como “flâneur de rêves”, hace pinturas, dibujos y poemas automáticos y lleva un diario de sueños. En su blog, Miguel Estrada muestra cómo se inspira en el México que ha fascinado a los surrealistas. Por otro lado, se nos ocurre pensar, el encuentro del México anterior a la barbarie civilizadora y la Praga mágica, por oculta que esta esté bajo la horrorosa banalidad turística, ¿no daría unos resultados explosivos?

lunes, 13 de mayo de 2013

Aldo Alcota

Aldo Alcota fue una figura clave en el nacimiento del grupo Derrame, y el motor de los primeros números de su revista homónima. Posteriormente, se trasladó a vivir a España, pero sin dejar de pertenecer al grupo, colaborando en sus publicaciones, como por ejemplo en el reciente número de la revista, dedicado a Cruzeiro Seixas.
El 3 de mayo, Aldo Alcota ha inaugurado una exposición, en la galería Imprevisual de Valencia, que se prolongará hasta el 25 de junio. Sobre su exposición, titulada “Entre tanto los ojos en el ala de un albatros”, escribe él mismo:
“Obras que esperan ser devoradas por los ojos. El acto de ver tiene alas y juega en el vértigo de la razón a punto de estallar. La creación automática se adhiere a las fauces de muchas bestias que rinden homenaje al Conde de Lautréamont. Cada personaje es un cuerpo poético que escapa de los límites de lo cotidiano. Se dibuja y se pinta dentro de un carrito de montaña rusa. Sin bocetos previos.
«Escribí hace años que cuando me designan como Artista es como si me dieran una bofetada», expresa el maestro portugués Cruzeiro Seixas. Para muchos surrealistas la palabra artista suele incomodarles. Recuerdo a Matta cuando decía que no era pintor sino un vertor. En mi caso prefiero ser un poeta que convierte los pinceles, lápices y papeles en animales salvajes de una sinfonía del deseo. Crear es construir vasos comunicantes con los mundos del inconsciente y de otras dimensiones.
El título de esta exposición es un verso del poeta francés Benjamin Péret, perteneciente a su poema «El trabajo anormal». Esta exhibición la dedico a la poesía. Los ojos del espectador serán llevados en el ala del albatros y después bucearán en las aguas frenéticas de la imaginación. Que no falte humor. Que no falte el espíritu libre del Surrealismo”.
“El trabajo anormal” es un largo poema perteneciente a El gran juego, en concreto a su parte 15: “El hijo del cerebro / no tendrá los ojos azules / Los ojos azules son demasiado verdes / y pueden caer en el mar / El mar de jabón / que envuelve los nuevos cigarros / destinados alas lujurias guerreras / no descuida los ojos / Los ojos aman el cobre / y el cobre es demasiado verde en el mar / Entre tanto los ojos / en el ala de un albatros / abandonaron los pálidos mares / por los salones cerrados / y rodaron para siempre / sobre los malditos pianos”.
¿Quién escribe hoy con esta frescura imaginativa?
A la vez, Aldo Alcota ha preparado, en la Facultad de Bellas Artes de la biblioteca de la Universidad Politécnica valenciana, la exposición “Surrealismo, poética de la imaginación convulsiva”, que abrirá el próximo día 16 y se prolongará hasta el 15 de junio, con grabados, catálogos, revistas, cartas, libros y otras publicaciones del surrealismo (Phases, Derrame, Mandrágora, Brauner, Cesariny, Cruzeiro Seixas, Buñuel, Michael Löwy, Dau al Set, Jorge Camacho, etc.).
Quien se acerque a estas magnetizantes exposiciones, dejará, sin duda, de pertenecer, aunque sea por unos minutos, a ese “vulgo errante municipal y espeso” de que hablaba Rubén Darío, y que sigue, hoy como entonces, con su vacuidad engreída, atiborrando los centros urbanos del planeta.

Will Alexander: escritos y entrevistas

Completamos hoy la noticia del trío de libros que Will Alexander ha publicado en el último año: The Brimstone Boat (For Philip Lamantia), Kaleidoscopic Omniscience y ahora Singing in Magnetic Hoofbeat, reunión de ensayos, textos en prosa, entrevistas y una lectura, datados entre 1991 y 2007.
El azar con objetivo ha querido que mi lectura de Singing in Magnetic Hoofbeat coincida con la de otros dos libros excelentes y con un acontecimiento que ha sido para mí un disgusto.
Primero está la lectura del libro de Marcus Salgado A vida misteriosa dos signos, cuyas páginas sobre la diáspora negra, la música de jazz y la búsqueda de “imagen de futuro” enlazan con otras del libro de Will Alexander.
Segundo, la visión y lectura del catálogo Renzo Margonari (Alchimie dell’inconscio), que hace más de un año intentaba conseguir, y que se abre con un fino estudio de Arturo Schwarz (“Margonari, infatigable explorador de un mundo nuevo”) sobre la obra de este admirable artista como expresión del magisterio alquímico en sus distintas etapas, siendo la tradición hermética uno de los grandes temas tratados por Will Alexander en Singing in Magnetic Hoofbeat. Recordemos que en 1986 publicó Schwarz Arte e Alchimia, con una encuesta a numerosos artistas y escritores, en la que una edición actualizada obligaría a incluir tanto a Renzo Margonari como a Will Alexander.
El suceso infausto es la muerte hace unas pocas semanas de Jimmy Dawkins, epítome del blues más duro y profundo, del verdadero deep blues, sin florituras ni concesiones, nacido en 1936 en el Mississippi y trasladado a Chicago, y para quien esto escribe el más grande bluesman de los últimos 50 años (debutó en 1968). Y es que, como veremos, Will Alexander también nos habla del blues más genuino en el libro que vamos a comentar.
La primera parte se dedica a “geografías, historias, resistencias”, e incluye un texto contra el Estado precedido de una contundente cita de Bakunin. La que abre mi lista de citas en Cabina de barlovento es también de Bakunin: “Donde hay estado no existe la libertad, donde hay libertad no existe el estado”. Georges Darien se extiende algo más: “La soberanía ilimitada del Estado puede pasar de las manos de la realeza para las manos de la burguesía, de las de la burguesía para las del socialismo; continuará existiendo. Pasará, incluso, a ser más atroz, ya que aumenta a medida que se degrada. ¡Qué dogma!... Pero ¡qué cosa terrible concebir, un instante, la posibilidad de su abolición, y un individuo imaginarse obligado a pensar, a actuar y a vivir por sí mismo!”. Esto último es crucial, pero mi cita favorita es la de Maurice Blanchard: “El Estado es siempre el Estado, y eso será siempre la mierda”.
La segunda parte se compone de “monografías, memoriales, encuentros”. La abre un ensayo sobre Charles Fourier y siguen breves y no tan breves semblanzas y evocaciones, entre las que se encuentran la de Bob Kaufman, la de Laurence Weisberg, la de K. Curtis Lyle y, por descontado, la de Philip Lamantia. Will Alexander escribe desde Los Angeles, y en el artículo sobre Lyle homenajea a una tradición en la que sitúa los nombres de Eric Dolphy, Charlie Mingus, Ornette Coleman, Jayne Cortez y el Watts Writers Workshop, del que Lyle fue miembro fundador. La descripción de su encuentro con Lamantia, y la relación con él, hace pensar en otro libro que hemos de situar cerca de este: el Annandale Blues de Guy Ducornet, por lo que respecta tanto al trato de Ducornet con Ralph Ellison como a la cuestión racial; ello sin duda daría pie a unas reflexiones muy sugestivas. Will Alexander titula su memorial de Lamantia “Perpetua incandescencia” (“It was this great impersonal fire which first dazzled me about Lamantia. His works became my cryptic ritual criterai. I was always listening to him in my mind, and so when I met him face to face it was a twelve-hour encounter which has marked me forever. He being the saturated icon, the onyx bird who knew the invisibility of knowledge and its power beyond reason”).
La siguiente sección está dedicada a la diáspora africana, la negritud y los blues. El primer texto alude, y no es la única vez en Will Alexander, al encuentro entre André Breton y Aimé Césaire, con la siguiente pregunta: “Alguien puede imaginar a Pound o a cummings dándole la bienvenida a Aimé Césaire en el mundo de las letras hacia 1941?”, para sumarles en seguida los nombres de la abuelita Eliot y de Williams. Breton, en cambio, encontró en él al poeta que liquidaba la autoridad grecolatina. Y otra pregunta similar, con respecto a los dos últimos: “¿Alguien puede imaginarlos denunciando la ocupación americana de Haití en la manera, digamos, como los surrealistas denunciaron la guerra entre Francia y Marruecos en 1925?”. Mientras, un Wallace Stevens elogiaba a Mussolini, justificando su derecho a dominar Etiopía. Estas observaciones tan lúcidas es siempre pertinente hacerlas.
El otro gran ensayo de esta sección es el dedicado a los blues, que además da título al libro. Recordemos una vez más que el surrealismo debe a Paul Garon una obra extraordinaria sobre esta música: Blues and the Poetic Spirit (1975). Pues bien: estas breves páginas rayan a la misma altura. La galería de nombres que esparce aquí Will Alexander (Black Bottom McPhail, Elmore James, J. B. Lenoir, Texas Alexander, Blind Lemon Jefferson, Bessie Smith, Memphis Minnie, Smokey Hogg, Lightnin’ Hopkins, Victoria Spivey, Jazz Gillum, Willie Dixon, Muddy Waters, Sleepy John Estes) es fabulosa, pero es que esos nombres, para quien conozca los blues, podrían multiplicarse por cien. Para algunos blancos que renegamos de nuestra raza, el blues ha sido también una de las armas de resistencia y de desafío (otra es el surrealismo) al horroroso mundo burgués que nos ha rodeado y rodea, con su miseria vital y su imperio de la razón realista. Un arma que es también un mundo alternativo, alimentado de revuelta y de lirismo, cuyos poderes poéticos subversivos Will Alexander no puede dejar de oponer a los nombres del anterior texto:
“La diurna penuria de pensamientos de un T. S. Eliot o de un Ezra Pound, no puede coexistir con los blues. Porque Eliot se quedaría absolutamente petrificado si se viera confrontado con la potencia de Lightnin’Hopkins como un mujeriego y como un perpetuo aficionado a la bebida”. Lo mismo un D. H. Lawrence  “reaccionando con disgusto histérico ante una grabación de Bessie Smith” (y aquí viene bien recordar a Thomas Alva Edison registrando esta anotación sobre Bessie: “mala voz”).
Toda esta parte final del ensayo de Will Alexander merece transcribirse íntegramente, pero me limitaré al último párrafo:
“Therefore the blues singer is never prone, or apathetic, or dyslexic with indifference. Smokey Hogg exists within an imaginal range which should be generally acknowledged as is they case say, with Lautréamont, or Uccello. The forays into splendor, the ferment, the color, yellowed and dazzling as moonrise in Mississippi. The old Delta, with its rain drops and parching, with its monstrous and racists accruals, only fueled the anger, the eruptive miasma, of a song form imbued with explossion and linkage”.
La cuarta sección tiene como temas la poesía, la alquimia y la cosmología, temas que Will Alexander, poeta y pensador visionario, enlaza sabiamente. El texto sobre la alquimia es antológico, y también hay una breve reflexión sobre lo que para él significa la expresión dibujística, que ya le conocemos por The Stratospheric Canticles.
Entrevistas, algunas muy amplias, y una lectura cierran el volumen, aparte una nota final de Andrew Joron titulada “El nuevo animismo”. En una de las entrevistas, Will Alexander vuelve a hablar del “orden racista” de los Eliot, Pound, cummings, Stevens... “No he visto a gente como Pound o Eliot decir nada de los linchamientos en los años 30 ó 40. Les debía parecer una curiosidad”; en este punto, hace un interesante inciso para señalar cómo los pueblos indios de Norteamérica han trabajado la idea integral del universo, con lo que ello tiene de consecuencias: “la razón de que vivimos es porque hay un sistema completo”, y “si una parte de ese sistema no funciona, nos volvemos enfermos”.
Las referencias surrealistas de Will Alexander son muchas, y recurrentes las principales: André Breton (y en especial Nadja), Aimé Césaire, Philip Lamantia, Antonin Artaud, Wifredo Lam, Joan Miró, André Masson, René Daumal, Paul-Émile Borduas, Octavio Paz, García Lorca. Otras remiten a sus ancestros: Rimbaud, Shelley, Lautréamont, Blake. Y otras son ya más lejanas y hasta en algún caso ajenas por completo: Fernando Pessoa, López Velarde, Gorostiza, Vallejo, Sarduy, el Goytisolo donjulianesco, Broch, Bernhard. En una de las entrevistas, señala que está más interesado en la actividad creativa que en los movimientos, “incluido el movimiento surrealista”, y en otra que aun siendo el surrealismo un gran activador de energía, no ha sido nunca para él una circunferencia abstracta o teórica dentro de la cual iba a enterrarse, sino una energía tan poderosa que no puede confinarse “en una simple escuela o en una simple definición”. Pero, por ejemplo, si volvemos a leer la lista de nombres citados, sería muy difícil o imposible encontrar un solo surrealista que no haya tenido, junto a las balizas más comunes, otras de carácter individual. Como decía Aldo Pellegrini, “me declaro surrealista por el hecho mismo de ser fundamentalmente heterodoxo, y el surrealismo no me impone más dogma que el de la libertad integral”.
En uno de sus textos, Will Alexander declara que el surrealismo, del mismo modo que a Aimé Césaire le reveló su africanidad, en él liberó su “instinto anímico”, lo que ha resultado decisivo para su escritura. Y a propósito de su lectura sobre el surrealismo, no duda en dejar claro que “el surrealismo no mira hacia la historia, sino hacia el futuro”. Lo que nos lleva de nuevo a las páginas finales del libro de Marcus Salgado, a Annandale Blues, a la “alquimia del inconsciente” y a la guitarra ácida de Jimmy Dawkins, que no ha parado ni parará de sonar.

Surrealismo y francmasonería

Se ha publicado recientemente, en la colección “Bouquins” de Robert Laffont, un volumen de más de 1100 páginas sobre la masonería. El interés nuestro va hacia la colaboración de Jean-Pierre Lassalle, ya que se ocupa del surrealismo y la francmasonería, tema que ya había abordado en los Cahiers d’Occitanie. Enumeraba él entonces a una serie de surrealistas que han pertenecido a la masonería: Philippe Soupault (aunque después de dejar el surrealismo), Pierre Mabille, Henri Seigle, Bernard Roger, Guy-René Doumayrou, Roger van Hecke, Élie-Charles Flamand y Marie-Dominique Massoni, a los que suma ahora, entre otros, los de Fernand Dumont y Jean Palou, y a los que se pueden sumar el de Endre Rozsda y el de Ithell Colquhoun, quien tenía un verdadero entusiasmo por las órdenes esotéricas: en 1952 entró en la Orden del Templo de Oriente, en 1955 en la Logia de la Nueva Isis, en 1963 fue iniciada como maestra masona y en 1965 se consagró diaconisa de la Antigua Iglesia Céltica (por algo la ha definido Michel Remy como “el surrealismo en perpetuo estado de fantasmagia sobre los caminos convulsivos del ocultismo”).
En este breve trabajo, Jean-Pierre Lassalle analiza la actitud de André Breton, con su “no estoy para los adeptos”, pero también con su estima hacia “los francmasones príncipes del enigma, como Martines de Pascually, Louis-Claude de Saint-Martin y, ya contemporáneos suyos, Pierre Mabille, Robert Amadou y René Alleau”. Al final alude a una obra que hemos reseñado muy positivamente en estas páginas: la de Patrick Lepetit Le surréalisme. Parcors souterrain, donde se señalaba cómo “el surrealismo ha sido impregnado por el Arte Real, y no solamente por el psicoanálisis o el compromiso político”.

lunes, 6 de mayo de 2013


Richard Misiano-Genovese explora últimamente los actos de “sobreposición” en la práctica collagista, con imágenes digitalizadas y de revistas y chorros de tinta aleatoriamente lanzados, abordaje casual que trae en ocasiones “resultados maravillosos”. Aquí vemos un ejemplo, siempre en la línea erótica que caracteriza su trabajo; pertenece a una nueva serie, titulada “Historia de O”.

De huracanes


En el almanaque surrealista del último lustro que elaboré para el n. 2 de A Phala (¡que ahora mismo, por fin, está la imprenta encuadernando!) hablé del “huracán Rik Lina”. Pero lo que desconocía por completo es la existencia de esta hermosa pintura del anartista holandés, no solo titulada Huracán, sino en la que aparece el título en el lugar donde suele ir la firma.

Surrealismo y decadentismo

Recientemente dimos noticia de la edición, a cargo de Marcus Salgado, de catorce relatos de Jean Lorrain, edición en la cual proseguía él la indagación emprendida en su libro A vida vertiginosa dos signos (Editora Antiqua). Aunque aparecido en 2007, queremos llamar ahora la atención sobre la riqueza de este otro libro, de 128 páginas, no solo por su contenido, sino por la preciosidad de edición, preciosidad en la sencillez, ya que lo que marca la diferencia es la presencia de collages de Alex Januário, Rodrigo Mota, Konrad Zeller y Renato Souza, que componían a la sazón, con el propio Marcus Salgado, el grupo deCollage. En la cubierta vemos un collage de Zeller, mientras que el proyecto gráfico estuvo a cargo de Mota.
A vida vertiginosa dos signos comienza con unos “Apuntes para una teoría general de la decadencia”, donde se señala la escisión clave de Huysmans con respecto al naturalismo y a su literatura “áptera”, como la llamó Rubén. El Barbey de Las diabólicas y el dandismo baudeleriano son también centrales en esa ruptura que lo fue también con el escolarismo parnasiano. Un apartado de esta primera parte se titula “Misticismo bizantino”, y en él se explica la sorprendente inclinación al cristianismo de una serie de escritores valiosos en uno de los momentos de apogeo de la infamia científica. Otros capítulos que siguen son “El vagabundeo antropológico”, “Lo fantástico, el sueño y el ensueño”, “Escritura de la neurosis” y “Nuevas estrategias textuales”. En todo momento, Marcus Salgado da muestras de un perfecto conocimiento de la época, extendiendo sus referencias a escritores del ámbito brasileño.
“La transmisión del vértigo”, segunda parte del libro, enfoca ya las conexiones entre decadentismo y surrealismo, empezando por ese libro lleno de puertas que es la Antología del humor negro, donde irrumpen figuras olvidadas del romanticismo revolucionario como Borel, Forneret, Grabbe y Lacenaire. La semejanza entre las bibliotecas de Huysmans y Breton es chocante: Swift, Sade, Poe, Baudelaire, Villiers, Charles Cros y Tristan Corbière, pero las similitudes van más allá de las coincidencias en la radicalidad vital y poética, o en los gustos plásticos más audaces, y Marcus Salgado las señala no solo en la Antología sino en Nadja, donde Breton observaba en Allá abajo y en Anclado “maneras de apreciar tan similares a las mías”.  En un plano más amplio, Marcus Salgado concluye afirmando que “los surrealistas se movían, en la década de los años 20, por un territorio pantanoso de la psique humana anteriormente vislumbrado y señalizado en la escritura por los decadentistas y por el romanticismo negro”. Dos nombres que aquí ocupan un espacio son el pintoresco Ernest de Gengenbach y Claude Cahun, no por acaso la sobrina de otra figura clave de la época anterior al surrealismo: Marcel Schwob.
Uno de los motivos tratados por decadentistas y surrealistas, y al que dedica Marcus Salgado un sugestivo apunte, es el de la muñeca y el maniquí: La Eva futura de Villiers y textos de Lorrain y Jules Bois se prolongan en Bellmer, Molinier, Adrien Dax, las exposiciones surrealistas...
El siguiente capítulo, titulado “En la antesala de los paraísos artificiales”, es muy rico, enfocando desde Coleridge esta cuestión, que Francisco Gallardo Pallardó analizó en un viejo libro de 1968 (Los orígenes del romanticismo), cuando nadie en el ámbito español se quería ocupar de un tema tabú. Como señala Marcus Salgado, “los decadentistas colaboraron tanto en la confección de un catálogo clínico-literario de patologías como en la adquisición de lo psicológico en la obra de arte, entreabriendo algunas de las trampas por las cuales se vislumbran territorios más oscuros del inconscientes, cuya prospección corresponderá a los surrealistas”.
“La obra en negro” se ocupa sobre todo de autores brasileños, entre ellos el extraordinario Cruz e Sousa. “Hierografía” se compone de dos poemas y de una prosa automática (“Geopolítica  y destino o a los hombres les resta la blasfemia: signos de humareda”), escrito con Deusdédit Ramos de Morais, otro de los componentes del grupo de Collage.


Pero aún A vida vertiginosa dos signos nos reserva otra sorpresa. En efecto, en este libro tan poco convencional, nos encontramos en seguida con un capítulo de indagaciones fulcanellianas por la ciudad que “sueña en piedra”, ilustrado con fotos de Su Suhara. La siguiente sección –“Cuerpos implantados”– es una breve antología de textos de Aubrey Beardsley, Gómez Carrillo, Marcel Schwob, Huysmans, Albert Samain, Iwan Gilkin y Herrera y Reissig, y la última una reflexión sobre la diáspora negra, sobre la historia como “pesadilla de la que tenemos que despertar” y sobre la gran música de raíz africana, presidida por la figura colosal de Sun Ra. Lo que me hace enlazar con el libro que se agita (¡más que descansar!) sobre mi mesa de lectura: los detonantes textos de Will Alexander reunidos bajo el título de Singing in Magnetic Hoofbeat. Y es que tanto el libro de Marcus Salgado como el de Will Alexander responden, con las armas afroamericanas del surrealismo, a esa horrorosa autolatría occidental, en la búsqueda urgente de una “imagen de futuro”, por decirlo con las palabras que dan título a este último capítulo de A vida vertiginosa dos signos.