viernes, 2 de agosto de 2013

Christian d’Orgeix, “maestro de la fantasmagoría”

Christian d'Orgeix, El androide de la Reina Madre, 1974

Otra espléndida publicación aparecida entre la redacción de Caleidoscopio surrealista y el inicio de este sitio de “Surrealismo internacional” es el catálogo Christian d’Orgeix organizado por Arturo Schwarz con textos de Renzo Margonari y Will Grohmann (Editore Stampatore, 2011, en edición italiana, francesa e inglesa).
El 14 de mayo de 2002 le hice yo un pequeño homenaje a Christian d’Orgeix, en las páginas de un periódico tinerfeño, que incluía una excelente presentación de Pieyre de Mandiargues (quien señalaba como “más francamente surrealistas” sus objetos y esculturas que sus cuadros), un texto de Jean-Michel Debenedetti sobre sus petroglifos y las respuestas del propio Christian d’Orgeix a la encuesta sobre arte y alquimia realizada por Arturo Schwarz para Arte e alchimia.
En este suplemento literario venía también la traducción de una entrevista a Annie Le Brun, los breves textos de Charles Estienne sobre Tanguy, Toyen y Paalen, un artículo de Ragnar von Holten sobre La condición humana de Magritte y otro de Georges Henein sobre la imagen surrealista.
Cualquiera podría preguntarse legítimamente qué sentido tenía la publicación de un suplemento así en un medio cultural provinciano, caracterizado, como es de suponer, por su mediocridad y chabacanería. Y no era otro que poderle enviar una copia a mi amigo Édouard Jaguer, quien hoy sería, sin duda, mi destinatario favorito de estas mismas páginas. Su ausencia es para mí muy dolorosa.
De familia pirenaica, Christian d’Orgeix nació en 1927. A los 20 años descubre en una librería de Tolosa los dibujos y aguadas de Bellmer, que lo impresionan. En el 57, contacta con Édouard Jaguer y se incorpora al movimiento Phases. Reconociendo el influjo de Marcel Duchamp y de André Breton, este y Joyce Mansour lo visitan en su estudio el año de 1965. Pero se sitúa en seguida fuera de París.
A lo largo de los “elementos para una biografía” que aparecen al final de este catálogo, las amistades de Christian d’Orgeix evidencian su situación en la órbita surrealista: Konrad Klapheck (que compra muchos de sus cuadros), Jacques Lacomblez, Hans Bellmer (a quien dedica Le loup de Bellmer), Théo Gerber (con quien haría una serie de xilografías), Francis Meunier, Jacques Hérold, Arturo Schwarz, Sergio Dangelo, Alain-Pierre Pillet, Jerzy Kujawski, Baj, Giovanni Dova, Max Ernst, Alberto Gironella, Iaroslav Serpan, Mesens, Ragnar von Holten (que le consagra una monografía en 1974), Patrick Waldberg, Jose Pierre, etc. Añadamos los nombres de Richard Oelze y Schroeder-Sonnenstern, que él mismo contribuyó a “descubrir”, y el de Elisa Breton, con quien traba amistad al veranear él también, durante los años 80, en Saint-Cirq-Lapopie.

C. d'Orgeix, El rey Lear II, 1980
Arturo Schwarz, con su brillantez acostumbrada, lo estudia en tanto “explorador de la psique”, definiendo como características de su arte la unicidad de la escala cromática, la crueldad del signo gráfico y el poder dramático de su temática. Para Christian d’Orgeix es fundamental el ataque, con las armas de la imaginación, a “la arrogancia dogmática de la realidad cotidiana que proscribe la poesía de nuestra vida. Como muy pocos, ha sabido reafirmar la verdad del je est un autre de Rimbaud”, convencido, como Breton, de que la obra de arte “será convulsiva o no será”. Arturo Schwarz señala que Christian d’Orgeix ha sido “uno de los primeros artistas de su generación en ocuparse de una manera privilegiada del objeto encontrado”, llegando a crear “obras tridimensionales en las que, gracias a una sabia conjugación, los objetos comunes y banales pierden sus características psíquicas iniciales, para asumir una presencia insólita, a menudo inquietante”. Al comentar la serie de ilustraciones que hizo para La Eva futura de Villiers, comenta su interés también por William Blake, Fuseli, Burne-Jones, Aubrey Beardsley y Gaudí, pero hojeando las imágenes del catálogo encontraremos también referencias a Huysmans, Schopenhauer y a otra apasionante obra: El ángel de la ventana de Occidente de Meyrinck.

C. d'Orgeix, El ángel de la ventana de Occidente, 1948

El ensayo de Renzo Margonari interesa tanto por Christian d’Orgeix como por el propio artista italiano, ya que incluye una reflexión sobre el surrealismo, así como sobre las razones que lo han llevado a rechazar finalmente la literatura crítica: “La poética del arte, cuando ha engendrado integralmente su potencial expresivo específico, como es el caso de Orgeix, no consiente más que una transcripción debilitada, y, como toda persona letrada sabe íntimamente, la traducción, en el fondo, no es más que una traición. Por lo demás, obligada a recurrir a un metalenguaje necesariamente alusivo, la crítica no permite restituir plenamente la sensualidad encerrada en el lenguaje de la representación plástica o pictórica. Ese es inevitablemente el caso aquí, ya que el artista francés utiliza sus medios propios y veta todas las formas de interferencias literarias. Esa impermeabilidad me parece evidente sobre todo cuando se refiere a las formas poéticas surrealistas, contrariamente a lo que afirman los necios de gran renombre que han tachado al surrealismo de literaturalidad”. Para Renzo Margonari, la relación principal entre el arte de Christian d’Orgeix y la literatura se teje en torno a Lautréamont, pero también a Jarry –y, musicalmente, a Erik Satie, de quien hizo incluso un retrato, en 1980.
Orgeix, “maestro de la fantasmagoría”, es “un experimentador bulímico e insaciable de técnicas pictóricas, tan pronto impulsado hacia los confines de lo informal como seducido por la sugestión evocadora de la materia cromática”, y afinando el perfil que de él traza, Margonari observa cómo sus cuadros, contrariamente a sus dibujos, parecen gobernados por la materia misma. Nada hay, además, del eclecticismo cultural que invitaría a suponer el hecho de sus múltiples frecuentaciones, a las que nos referíamos antes: “Christian d’Orgeix es un artista libre, un «hombre libre», libertario y libertino, hasta el punto de encontrarse libre de sí mismo, virtud cada vez más rara. Es así como su estilo consiste en poseer todos los estilos, y manejarlos todos es como no poseer ninguno. Para un surrealista es necesario evitar el academicismo de su propia marca estética, puesto que la afirmación del estilo implica la confirmación reiterada de los estilemas, los cuales, incluso cuando son singulares, determinan la repetición de los datos técnicos y de los imaginativos, una repetición que él rechaza sistemáticamente”. Y que el propio Renzo Margonari, añadiría yo, también rechaza, a diferencia de la mayoría de los artistas, entre los cuales, aunque sean legión, comienza uno por pensar en el Dalí post-surrealista.
Una sorpresa de este catálogo es encontrar una serie de muñecas al modo hopi elaboradas por Christian d’Orgeix en los años 50. Otros título sugestivos para quienes nos movemos en el surrealismo son La analogía de los contrarios, El pato de la duda, El mono no gramático, La mandrágora de Christian d’Orgeix, Tótem, Juego de azar, Mercader de rocío... En cuanto a Los ancestros que no existen, obra del azar es que la temática de los ancestros me apareciera por partida triple la misma tarde en que veía esa aguada de 1954: la trata, quizás en la estela de Ted Joans (y hoy habría que nombrar también a Jean-Claude Charbonel y sus armorígenes), Ronnie Burk (por ejemplo, en “Mundo invisible”) y, después de leer sus poemas, cuando estaba con el libro de Christian d’Orgeix, casualmente sonó el blues hablado (y con slide) de J. W. Warren “Corinna”, donde se refiere la saga de esta muchacha algo violenta, que “mató a su madre, a su padre, a su abuela y a todos sus ancestros”, dándose a la fuga durante treinta largos días, perseguida en medio de la niebla por una jauría de sabuesos!
La pintura de Christian d’Orgeix, bella como la huella de las olas en los petroglifos de las islas volcánicas.