lunes, 19 de agosto de 2013

"Operación Papagayo"

El reciente libro de Joana Stichini Vilela y Nick Mrozowski Lx60 (D. Quixote, 2012), sobre la vida en Lisboa durante los años 60, nos depara una sorpresa en las páginas 72-73. Se trata de una composición hecha a partir de una serie de fuentes, sobre la divertida tentativa de derrumbamiento de la dictadura salazarista, que en la gloria esté, por un grupo de surrealistas en un año indeterminado de aquella turbulenta década. Las fuentes son: Luiz Pacheco, Prazo de validade (Contraponto, 1996); Carlos Loures (a partir del relato del dramaturgo Virgílio Martinho), “Operação Papagaio. A acção armada dos surrealistas contra a dictadura”, http://estrolabio.blogspot.com; Fernando Correia da Silva (a partir de lo que le contó su amigo Mário Henrique Leiria), “Operação Papagaio”, http://www.vidaslusofonas.pt; y Luis Filipe Costa (radiofonista participante en la operación), entrevista del 14 de marzo de 2012.
Por lo poco o nada conocido de esta aventura, pero también por su interés como inspiradora de similares acciones conducentes al derrumbamiento de los actuales estados mundiales, traducimos y aireamos este documento.
Luiz Pacheco, escritor próximo de los surrealistas: “Quince años antes de abril del 74, hubo una tentativa para derribar el régimen salazarento que no consta en los compendios de la Historia. Nombre de código: Operación Papagayo. Conspiradores participantes: una alegre muchachada que se acostumbraba reunir al atardecer en el Café Royal”.
Carlos Loures, a partir del relato del dramaturgo Virgílio Martinho: “En 1959, sé que no ocurrió nada, nadie de aquel grupo fue detenido en ese año. Me inclino por 1962 o 1963. En un viaje de cacilheiro, Virgílio Martinho me contó que Forte y algunos amigos más habían estado en prisión, pero no conocía los pormenores. Fue él quien por primera vez me describió en lo que consistiría la Operación Papagayo, nombre de código para una tentativa de derribo de la dictadura, hecha por gente del llamado grupo del Café Gelo y del Café Royal –António José Forte, Renato Ribeiro, Manuel de Castro y Mário Henrique Leiria, que no pertenecía al grupo, pero que era gran amigo de algunos de sus elementos”.
Fernando Correia da Silva, a partir de lo que le contó el amigo Mário Henrique Leiria: “Me cuentan que la mayoría de los asiduos del café A Brasileira, en 1961, ya se sabe, francachela colectiva: tú y un grupo de loquinarios, entre los cuales el dramaturgo Virgílio Martinho y el poeta António José Forte, están programando, de mesa a mesa y en voz alta, la revolucionaria Operación Papagayo. Una de las noches siguientes, ustedes se proponen tocar a la puerta del Radio Clube Português, que queda en Parede, al lado de Carcavelos”.
Luís Filipe Costa, radiofonista participante en la Operación Papagayo: “Era primavera. Mi primo, Henrique Santos Carvalho, que ya había estado nueve meses preso por ser del MUD juvenil, vino a hablar conmigo y me dijo: «Vamos a hacer esto y tú eres la pieza clave». Solo porque trabajaba en el Rádio Clube. Era por entonces un aprendiz. Él no formaba parte del grupo de los surrealistas, pero andaba con ellos. Yo también fui muchas veces al Gelo y al Royal. Pero estas cosas eran discutidas  fuera de los cafés, en jardines y otros lugares aislados. Si había algo bien hecho era la segmentación de las personas. Cada uno sabía de sí mismo y de dos más”.
Pacheco: “El plan, minuciosamente estudiado y preparado, era valeroso y magnífico, de impagable simplicidad: asaltar el Radio Clube Português, en Parede, apoderarse de los estudios y difundir un mensaje que llevaban grabado, no sé si en disco o en casete”.
Costa: “Fue un acto desesperado. Fuimos nosotros quienes hicimos la grabación, a la una o las dos de la mañana, en la APA, en la Rua Nova da Trindade, Chiado, donde yo también trabajaba. Creo que la voz era la de Forte. Decía las cosas de costumbre, una especie de «Avante» de dos o tres minutos. Se llamó Operación Papagayo porque «papagayo» era el locutor”.
Leiria: “Contiene marchas militares, también el Himno Nacional tocado frecuentemente y, cada cinco minutos, noticias sobre movimientos militares para derribar el Gobierno. Acaba invitando a la población a dirigirse a la Baixa de Lisboa para saludar a los militares victoriosos”.
Pacheco: “Manifiesto arrebatador, diré incluso eufórico, alucinado. Como en un número de magia, creo que esperaban que, del Portugal profundo, multitudes salieran a la calle enfurecidas, armadas de palos, azadas, chuzos y piedras. Poseídas de democracia, ¡oh! ¡oh!”
Martinho: “Con la casa de Mário Henrique Leiria sirviendo de apoyo, ya que tenía una morada en la plaza principal de Carcavelos, junto a la iglesia y al Café S. Jorge, trasladándose en dos coches, hacia las diez de la noche atacarían el Rádio Clube de Parede. Disponían de informaciones dadas del interior de la estación”.
Costa: “Mi papel era asegurar que las condiciones estaban reunidas. Cuando ya estuvieran en Parede me telefoneaban, y yo daría una respuesta cifrada diciendo que podían avanzar. El Radio Clube –una casa muy graciosa con jardín– reunía todas las condiciones para ser asaltado: a la hora de cenar solo se quedaba un técnico y un locutor; luego, era posible tener dentro a un infiltrado; tercero, los estudios estaban en el sótano, completamente aislados. Ellos entrarían, los cogerían a los tres, pondrían a andar la bobina y se marcharían. Se colocarían unos papeles, para entorpecer, que dirían: «Hay una bomba ligada a la máquina», «No pise, porque a partir de aquí hay minas». Todo mentira”.
Leiria: “Allí dentro hay apenas un conserje mientras rueda la bobina con el programa nocturno «Compañeros de la alegría». La puerta está abierta. Ustedes le apuntan un revólver, lo inmovilizan, lo amarran y lo meten en un cubículo que después cierran por fuera, con candado. Entran en el estudio y cambian la bobina”.
Pacheco: “Podrá parecer fantástico, pero tal plan tuvo apoyantes responsables: les fue entregada una maleta llena de auténticas armas de guerra (dudo que las supiesen manejar)”.
Martinho: “Mário era entendido en armas; los demás eran lo más civiles que se puede ser”.
Costa: “Que yo viera, había tres armas, y solo una tal vez funcionara. Se esperaba que no fueran necesarias. Conseguir esto en la Lisboa de los años 60... solo mi primo”.
Pacheco: “¿Qué ocurrió en Parede? Al llegar al Rádio Clube portugués, los coches de los conspiradores se encontraron con un obstáculo inesperado, imponderable: había allí, en el campo de patinaje, un desafío de hockey, con público y un policía (el gratificado) mirando. Se creó una discusión en el interior de los coches: ¿qué hacer?”.
Costa: “El día señalado, yo estuve allí. Poco después de la hora, recibí una llamada de teléfono diciéndome que se abortaba todo porque el tipo encargado de conseguir los tres coches se había rajado al final. Ese tipo, que era un gran hijo de puta, unos días después estaba en la Brasileira contando que «tuve una aventura... íbamos a hacer un asalto... estábamos bien preparados. Tres armas. Si los tipos hubieran reaccionado, habría habido una masacre...» La Brasileira, que quedaba a 100 metros de la PIDE. Debe haber sido ahí donde se pudieron al corriente. Nunca se supo con certeza”.
Pacheco: “Cómo la PIDE se enteró más tarde, no lo puedo explicar, nunca lo supe. Había versiones.”
Costa: “Mientras, mi primo, que vivía en Parede con una finlandesa, enterró las armas en el jardín. El primero en ser detenido fue él. A las tantas de la mañana fueron a buscarlo y le hicieron un interrogatorio no muy violento. Él, claro está, no dijo nada. Una semana después, a la misma hora, se llevaron al segundo, que creo era Forte. Pasada una semana, un tercero. Y siempre la misma pregunta: «¿Dónde están las armas?» Solo mi primo lo sabía”.
Pacheco: “Debe señalarse que la PIDE, ante muchachos desgreñados y con poemas en los bolsillos, se tomó la cosa al cachondeo. Se partieron de risa. Su gran interés eran las armas”.
Leiria: “Durante el interrogatorio, los agentes, a cada momento, salían al pasillo para lanzar carcajadas”.
Costa: “Estaban todos presos en el Aljube. Se encontraban en el recreo: «Tenemos un problema, que es hablar». Contarle cosas a la policía era lo peor que se podía hacer, pero ellos pensaron: «¿Vale la pena fastidiar a toda esta gente por esto?» Mi primo les dijo dónde estaban las armas, y aquello no pasó de ahí. En un momento terrible, no se iban a preocupar por un grupo de niños”.
Pacheco: “Ni siquiera se hizo un proceso, ni siquiera aquello trascendió al público. Uno a uno, tras un corto período de detención, nos mandaron a casa”.
A continuación vemos una caricatura del grupo del Café do Gelo, retratado en 1958 por Benjamim Marques. El segundo por la izquierda es Luiz Pacheco, y el tercero Mário Cesariny. Siguiendo a la única figura femenina está António José Forte, y el segundo por la derecha es Virgílio Martinho. António José Forte le diría a Ernesto Sampaio en una entrevista de 1988: “En el Café Gelo encontré la poesía en su primera forma bárbara, que es la forma del inicio de todo. Los cafés se perdieron, fueron asesinados. Se perdieron, es decir, yo creo que perdí sobre todo lo que me robaron”. Debajo tenemos una foto del Café Royal, en el mágico Cais do Sodré.