miércoles, 25 de septiembre de 2013

“¿Quién conoce a...?”

“¿Quién conoce hoy a Unica Zürn, Joyce Mansour, Claude Cahun, Leonora Carrington o Alice Rahon?” Esta pregunta retórica abre un texto en que se invitaba a un “festival”, “espectáculo” o “encuentro literario y teatral”, celebrado en un cabaret de Quebec el pasado domingo.
Los cinco nombres tienen tres cosas en común: ser surrealistas, ser mujeres –lo que es más importante– y haber ya muerto –lo que es quizás aún más importante. Ninguna dista de ser desconocida, e incluso una de ellas, Leonora Carrington, es una artista consagrada desde hace muchas décadas. Por lo demás, para sus compañeros del surrealismo fueron siempre, y son, sobradamente conocidas, y amadas.
Una serie de escritoras del lugar ha escrito una serie de textos inspirándose en las obras de estas cinco figuras. Sin modestia alguna, se nos dice que “el resultado es asombroso”, pero no sentimos ninguna curiosidad por conocerlo, tanto nos repele este parasitismo acompañado además de victimismo, y al que no falta –esto es lo peor, y lo que motiva esta nota– la chorrada de costumbre: las cinco figuras han escenificado “un ser femenino ni idealizado, ni preconcebido, muy diferente del imaginado por Breton y sus camaradas”. Un tópico que ya hace mucho tiempo hiede. Al final, es una operación contra André Breton “y sus camaradas” aquello de lo que se trata, una vez más.
Concediendo que Unica Zürn, Joyce Mansour, Claude Cahun y Alice Rahon (respecto a Leonora, ello es completamente falso, como dijimos) “han estado mucho tiempo en la sombra, sus obras desconocidas y sus nombres excluidos de la historia literaria artística oficial”, podemos estar seguros de que ello no se ha debido al hecho de ser mujeres, sino en todo caso al de ser surrealistas. Todas, además, se codearon con “Breton y sus camaradas” y compartieron todas sus aventuras –tantas veces arriesgadas–, la segunda y la tercera incluso habiendo sido cómplices íntimas de André Breton.
Porque, devolviendo la pregunta, y ahora sí que justificada, ¿quién conoce hoy a figuras tan extraordinarias como Claude Tarnaud, Stanislas Rodanski, Guy Rosey, Fernand Dumont, Jorge Cáceres, Guy Cabanel o Maurice Baskine? Cualquiera de los nombres femeninos citados es mucho más conocido que cualquiera de los siete que he nombrado –y que además forman parte de una lista que podría ampliarse a más de un centenar.
Pero falta señalar dos cosas más.
Primero, que al surrealismo le ha importado siempre un pimiento el estar excluido de la “historia artística oficial” (¿quién hace eso?, ¿qué significa eso?, ¿qué valor tiene eso?), e incluso es un honor tal exclusión, del mismo modo que debe evitarse siempre todo tipo de “reconocimiento”, sea oficial o no oficial. A cualquiera de esas cinco mujeres que tratan de “homenajear” en un acto que se quiere justiciero, les hubieran traído sin cuidado esas efusiones, si es que no las hubieran despreciado.
Segundo, y por seguir con las preguntas: ya que tanto se preocupan por las mujeres del surrealismo, ¿quién de ellas conoce hoy a Dominique Paul, Alice Massénat, Heloisa Pessoa, Beatriz Hausner, Lurdes Martínez, Debra Taub, Linda Filipová, Kathleen Fox, Amirah Gazel, Anny Bonnin o Maria Regina Marques, en una lista que también se queda muy corta? ¿Por qué no se aplica al presente lo que se lamenta en el pasado?
Claro que todas estas mujeres tienen el defecto de estar vivas y de defender e ilustrar no la literatura o el arte, sino la poesía. Y lo mismo podemos decir de nombres con una trayectoria muy amplia, y extremamente importantes para el surrealismo, pero a quienes no se les ocurre recurrir porque están vivas, como Penelope Rosemont (vigorosa personalidad, maravillosa escritora y creadora) o Rikki Ducornet (cuyas narraciones no van a la zaga de las de Leonora), quienes desde luego, como Unica Zürn, Joyce Mansour, Claude Cahun, Leonora Carrington o Alice Rahon, nunca han pactado con las mentiras ni con las componendas del mundo como va.
Pero al menos esta velada habrá tenido una cosa tan buena como extraña: haber dejado de lado a Frida Kahlo, mascota predilecta de este tipo de eventos antisurrealistas.