miércoles, 8 de enero de 2014

Alcoholes

Jean-Pierre Lassalle colabora en el volumen Alcools (Du Lérot, éditeur, Tusson, Charente, 2013), con un breve trabajo sobre los “Alcoholes surrealistas”. Los surrealistas, es bien sabido, han sido en general sobrios, no atrayéndoles mucho, a diferencia, por ejemplo, de los músicos de blues, el culto báquico, ni, a diferencia de los de jazz, los “paraísos artificiales”, ya que lo suyo es el “estupefaciente imagen”. Pero las excepciones tampoco son pocas. En el capítulo de las copas, Lassalle nombra a Yves Tanguy, Jean-Louis Bédouin, Francis Meunier, Adrien Dax... Muchos quedan en el tintero, a veces por delicadeza y a veces por falta de noticias relevantes. Entre los canarios, el caso Domínguez es bien conocido, pero también está Emeterio Gutiérrez Albelo, no ya el de la época post-surrealista, sino el de los propios años mozos; en Romanticismo y cuenta nueva hasta hay un poema titulado “Trompo de domingo”, en que describe una borrachera en la plaza de Icod, jugando con el doble sentido de la palabra “trompo”, pero son muchas las referencias a la bebida en este libro y en Enigma del invitado, e inmortal esa cómica y brutal parodia de la llamada Santa Cena, en que doce perros famélicos, al descorchar el “amo” la botella de champán, se abalanzan sobre él y lo convierten “en un puro / garabato de huesos”. En similar bohemia alcohólica desembocó el chileno Teófilo Cid, pero por aquel entonces ya se había desencantado del surrealismo. Más recientemente, se quisieron atribuir al alcoholismo las infamias que un ex surrealista largó sobre Jorge Camacho, al ser entrevistado por una revista comunista.
Ahora bien: el mayor interés de este artículo de Lassalle es la evocación del gran Mesens, “el más fascinante de los alcohólicos del grupo” y un hedonista en todos los órdenes de la vida, empezando por el sexual y siguiendo por el gastronómico. Él mismo decía sobre sus alcohólicos “gustos personales”, en la encuesta magritteana de Le Savoir Vivre, año de 1946: “El gin en cantidad media; la ginebra holandesa (solo un vasito); el whisky escocés e irlandés en bastante cantidad y sin agua; la absenta (dos vasos, de preferencia en los alrededores del Jardín de Luxemburgo entre las 6 y las 7 de la tarde); el slivowitz (¡ortografía!) (una media botella en los alrededores de Salzburgo pero lejos de los espectáculos de M. Max Reinhardt); el armagnac después de cenar (sobre todo después de una mediocre cena londinense en tiempos de paz)”. A esta lista de bebidas sigue la de comidas y la del tabaco, con relieve para los cigarrillos americanos y los puros habanos y de Jamaica.
Mesens no solo mantuvo el pabellón de la ilustre absenta –“el demonio verde”–, sino que pintó en 1965 (con collage) a esta “bebedora de absenta”: