martes, 18 de marzo de 2014

Un sombrero volador

Guy Girard, 44 Napoleones, 2010
Esta es la novena entrega poética que hace Guy Girard en un par de años, editadas todas en su propia residencia de Saint-Ouen. De cada una de las anteriores hemos dado noticia aquí: Trois poèmes coréens, Tarzan est un autre, Abrégé d’histoire universelle vu en rêve, Ode à une théière apocalyptique, Manuel de zoologie onirique, André Breton en Chine, Pierre des Nautiles y Éléments pour une esthétique onirique. El día que estos cuadernos se unan a otros anteriores y simultáneos, sin duda que tendremos uno de los grandes libros del surrealismo en sus avatares de las últimas décadas.
Algunas aportaciones de Guy Girard, como la del Abrégé o la de los Éléments (o, en el terreno plástico, la de los retratos dobles), pueden insertarse perfectamente en la brevísima lista que damos a propósito de Sasha Vlad y Dan Stanciu. Esta vez, la nueva plaquette de Girard se compone de un poema largo y de un sueño breve, cuyo punto común es la presencia de Napoleón, una figura que ha tratado siempre Guy Girard con el más absoluto desparpajo, como hace con tantos personajes “reales” o “imaginarios”, Napoleón realmente perteneciendo, si es que esta distinción se pudiera hacer, a la segunda categoría. Una de sus exposiciones se titulaba “Napoleón y algunos otros...”, y en el Abrégé d’histoire universelle vu en rêve, donde no podía faltar, su presencia es doble: con Josefina en un sueño y asociado, como aquí, a Salvador Dalí, en otro.
Como yo es la primera noticia que tenía de que a Napoleón se le llamaba “Père La Violette”, tuvo que informarme de por qué, y es que a sus soldados les dijo, tras la capitulación de París, que volvería en primavera, con las violetas. Se empezaron entonces a difundir unas postales donde las violetas ocultaban los perfiles de Napoleón, María Luisa y su hijo pequeño, y el gobierno decretó (¡hasta 1874!) la reproducción de esta flor. Las violetas de Napoleón llevan a Guy Girard a la asociación con la espantosa película española de 1952 Violetas imperiales y, por supuesto, con el cuadro daliniano de 1938 también titulado así. En este cuadro, que perteneció a Edward James, y que puede verse cómodamente en google, tenemos, en la típica playa daliniana, al crepúsculo, una enorme mesa-plataforma de primer plano con tres sardinas secas y un plato donde yace el auricular de un teléfono, pero lo que ha llamado más la atención del poeta es la misteriosa casa del fondo, que sin duda “no es una simple cabaña de pescadores”.
En el trasfondo gótico y popular tan del gusto de Guy Girard, no faltan los nombres de Jeanne d’Arcula, el Sargento Bertrand, Merlín, el Golem, el Yeti o King Kong. Bajando por la Rue Fontaine con una medusa pegada al corazón, tras haber visto a mediodía un león nacer de un huevo, un gorila le tiende el bicornio alado del “mercurial emperador”, ya que, sin duda, en la Rue Fontaine todo puede suceder.
La brevedad no hace menos hilarante el sueño: en una isla cercana a Jamaica, Napoleón organiza un festival de reggae, confiándole al soñador una enorme imprenta de ordenador que lleva bajo el brazo. Este sueño es del 18 de noviembre de 2012, por cierto que 36 años exactos desde el día en que murió el inventor de las bastante oníricas rayografías.
Vamos a cerrar esta nota de modo apropiado: con la publicidad que en la revista Bief hizo Éric Losfeld del libro de François Valorbe Napoleón en París. Y es que estamos en el centenario de este personaje insólito: el Marqués de Valorbe, actor muy celebrado (intervino en grandes películas francesas, e incluso en el Gigi de Minnelli), humorista de primera fila, surrealista en el grupo de André Breton desde 1951 a 1954, fanático del jazz al que se debe el precioso poemario Carte noire, autor de “El cine onírico” y del billete libertario “Revolución indivisible”, novelista erótico con varios seudónimos pintorescos (Jules Pornot, Claude Ariel, Graf E. Roothe, James Peeters)... Pero sobre él volveré en algún mes más calmo de este año suyo. Hoy tan solo recordamos esta hoja, no sin señalar que Napoleón en París, pese al cálculo jocoso de que se vendería mucho porque su título ostentaba los dos nombres que más vendían en la época, fue un fiasco editorial.