martes, 24 de febrero de 2015

Péret, siglo XVIII


¿Qué valor artístico tiene esta foto? Ninguno. Sin embargo, es una de las grandes imágenes del movimiento surrealista, y ningún buen libro ilustrado sobre el surrealismo puede prescindir de ella.
Pero veámosle ahora este antecedente:


Quien viaje a Lisboa, debe visitar el Café Nicola, sito en el mismo centro de la ciudad, o sea en la Praça do Rossio. En el pórtico, esculpido a un lado, y algo escondido por las columnas, un vate seduce con versos a una muchacha, que lo escucha al otro extremo. El mismo vate tiene una estatua dentro, pero lo que nos interesa es este cuadro decimonónico, vulgar, en que el vate insulta a unos sórdidos frailes que pasan por una calle de la Lisboa dieciochesca.
El vate es Manuel Maria Barbosa du Bocage, poeta de formación neoclásica pero de los que anticiparon la gran revuelta romántica. Era también un divertido bohemio y un sátiro, a quien se deben muchas ocurrencias y una saludable poesía erótica, junto a otros muchos poemas tan encorsetados como los que abundaban en aquella infeliz centuria poética.
Bocage era, con Camoens, el único poeta conocido por el pueblo portugués. Nació en Setúbal, puerto de mar al otro lado del río Tajo, y allí tiene una estatua que nos mira desde muy alto y allí pude yo fotografiar su efigie en una de esas viejas tabernas que tanto me gustaban. A causa de unos versos subversivos, fue detenido en 1797, pasando un tiempo en las mazmorras de la Inquisición. Se le culpó de delito contra el Estado, pero logró cambiar la acusación por la de “error de religión”.
En el Café Nicola hay otro cuadro de la misma “serie”, sino que aquí lo que se ilustra es una de sus geniales salidas, en versos improvisados. Domina la ciudad el policía Pina Manique, y el control nocturno es riguroso. Bocage sale de una de sus francachelas y le preguntan los guardias que quién es, que de dónde viene y que a dónde va (hoy basta con la conminatoria petición del llamado “carnet de identidad”). Legendaria respuesta del poeta, en octosílabos que traduzco: “Es el poeta Bocage. / Viene del Café Nicola, / Y va para el otro mundo / Si dispara la pistola”. Ese es el momento que registra el simpático cuadro del Café Nicola, sito en la Praça do Rossio de Lisboa desde 1929, aunque ya hoy, por supuesto, policialmente “modernizado”:


miércoles, 18 de febrero de 2015

Jules Perahim

Jules Perahim, La infancia feliz de Pitágoras (serie), 1977

Hasta el último día de este mes puede visitarse en Estrasburgo la gran retrospectiva de Jules Perahim. El catálogo es espléndido, y viene a sumarse a las dos monografías que le dedicó Édouard Jaguer, en 1978 y en 1990. Los textos de Jaguer y el de Michel Remy en el pequeño catálogo de una exposición de 1998 son lo mejor que se ha escrito sobre este más que notable exponente del surrealismo surgido en Rumanía, uno de los países de predilección del movimiento surrealista, ya que en él nunca ha cesado su actividad.
El propio Jaguer habla a propósito de Perahim de “mundo salvaje en el sentido más vigorizante de la palabra”, lo que parece originar el título del catálogo: Perahim. La parade sauvage. Lo primero que encontramos es la extensa respuesta que Perahim dio a la encuesta de Arturo Schwarz sobre arte y alquimia, muy iluminadora con respecto a su obra. Siguen textos críticos –siempre localizándose las imágenes referidas, a feliz diferencia de lo que ocurre en muchos catálogos– de Serge Fauchereau (“La trayectoria gráfica de Perahim”), Petr Král (“La línea y la lanza”), Francis Hofstein (“Un mundo de mundos”) y Dan Stanciu (“El aire Perahim”), más unos divertidos “perahenigmas” de Pierre Vandrepote. El de Stanciu marca la diferencia, un fino trabajo en que reconoce al aire como el elemento primordial de su pintura: “Un aire denso, que se ve, y que engendra figuras actuantes. La mirada de Perahim es el imán que atrae las imágenes del aire y las hace visibles”. Volvemos en las páginas de Stanciu a la cuestión de la alquimia, pero también se aborda la de su fauna inconfesable: “La fauna sin par de Perahim no se presta bien a una clasificación ordinaria: ni tipos ni individuos, los elementos que la componen rechazan el contorno estable, predominando los grupos multiformes de apariciones en perpetuo crecimiento, de modo que es difícil decir donde comienza y donde acaba un cuerpo”. Inventor inagotable, las invenciones de Perahim “son instrumentos de airear el mundo”, y con ellas “Perahim nos ha dado las claves de un magnífico palacio aéreo, dominio encantado del diálogo integrador entre lo fijo y lo no fijo”.
La biografía abunda en la reproducción de documentos, empezando por los de la vanguardia rumana de los años 20 y 30, que es donde se ubica el primer Perahim. Al final de ella hay una lista de sus álbumes, que son, aparte el citado con Jouffroy, Proverbes et dictons (1957), Le congrès (1972), L’alphabet (1974), Mytographies (1982), Chroniques de l’armoire (1982), Papillon transmis de père en fils (1983), Demain (1999) y Un miroir se promène dans la rue (2000), algunos de ellos acompañados de textos propios.
Jules Perahim, 28 visibles, 1974
Remata el catálogo una apasionante entrevista con su compañera, Marina Vanci-Perahim, a quien además se deben estudios ineludibles sobre el surrealismo rumano. No falta nada por abordar: sus años en el grupo surrealista, su interregno durante la dictadura comunista, el resurgir tras la marcha definitiva a París en 1969, el impacto de la África austral, los bellísimos “paisajes oníricos” de sus últimos años... En 1963 y 1964, como anunciando su verdadera era dorada, Perahim, que se había aclimatado a las grises normas comunistas, aunque limitándose a las artes aplicadas, se dedicó a las decalcomanías sin objeto preconcebido, que serían robadas tras su abandono de Rumanía. Luego, en el escaparate de una farmacia africana, descubre unos trozos de papel de cola infantiles, con que compondrá dibujos siguiendo las leyes del azar. El año 73, su exposición en París se tituló “Impresiones de África”, a la vez señalando la inspiración africana y homenajeando al gran Raymond Roussel. Perahim, que ha llegado a un París en que el grupo surrealista ha saltado por los aires, se incorpora en 1970 al movimiento Phases.
Marina Vanci-Perahim alude también a la inspiración ocultista, relacionándolo en esto con su compatriota Victor Brauner. Perahim se inspiró en el libro sobre el tarot de Papus, y sobre todo en las correspondencias entre los 22 arcanos mayores y las 22 letras del alfabeto hebreo, yendo esa inspiración desde 1932 (Equilibrio perfecto, analogía entre el Ahorcado y la letra hebrea “lamed”) hasta el Alfabeto de 1974.
Perahim es, con Cruzeiro Seixas, el artista surrealista más influido por el continente africano. Marina Vanci-Perahim comenta que “desde el primer día, o, mejor dicho, desde la primera noche de nuestra llegada a África, mirando el cielo, Perahim ha sabido que ese mundo era diferente del nuestro”. Y añade: “El período africano ha sido para él un período extraordinario, muy colorido, de una gran vivacidad y sobre el cual Édouard Jaguer ha escrito páginas inspiradas haciendo alusión a las Impresiones de África de Raymond Roussel y al África fantasma de Michel Leiris. Perahim se ha interesado siempre por las artes primeras. Se pasaba días enteros en los museos etnológicos de Berlín, Bruselas o en el Musée de l’Homme. Todas las formas de art brut en las diferentes acepciones admitidas por Dubuffet retenían su atención: los dibujos de niños, las obras naïves, la pintura de las enseñas o de las barracas de feria...”. También se sintió cautivado por la importancia del azar en las creaciones artísticas de aquella parte de África, de tal modo que “las similitudes entre el arte africano y la manera como él mismo elaboraba sus textos, sus pinturas y sus dibujos le dio la certeza de que se encontraba en perfecta sintonía con el espíritu de todo el universo”.
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Detalle de Tribu de los Lozi, 1976
Cuando yo pude conocer bien el arte de Perahim, o sea cuando llegó a mis manos la primera monografía de Édouard Jaguer, quedé estupefacto ante la analogía entre los círculos geométricos de sus figuras y los del cuchillo campesino de Gran Canaria, de inspiración indudablemente guanche. Así se lo hice saber a mi amigo de París, y no solo eso sino que decidí, cuando visitó la ciudad de Las Palmas en 1989 para intervenir en la exposición El surrealismo entre viejo y nuevo mundo, regalarle uno de esos cuchillos, que son una de las glorias del arte popular de las islas. Entré en el Centro de Arte Atlántico Moderno con el cuchillo en bandolera, de tal modo que al par de minutos llamaron al seguritas de turno, quien, hechas las explicaciones, hasta resultó ser natural de Gáldar, el pueblo donde precisamente se había fabricado el cuchillo. Édouard Jaguer me diría luego que el cuchillo reposaba en su biblioteca sobre los libros de Óscar Domínguez. ¡Ah, y me dio como pago una peseta, porque un cuchillo, según la sabiduría popular, no se puede regalar, ya que cortaría la amistad!
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Jules Perahim, Paseo sobre una línea convencional, 1986

“Perahim amaba la dignidad de los árboles –porque mueren de pie– y la libertad de los pájaros –porque no conocen fronteras.” (Marina Vanci-Perahim.)

Mardi grass, &c.


Frente a toda esa lepra grafitera que hace los espacios humanos aún más horrendos de lo que por sí son (cuando no profanan la poca belleza que resta, como ocurría por último con mi viejo mundo ferroviario portugués), a veces surgen sorpresas como esta, que captó Raman Rao, uno de los fotógrafos más interesantes del surrealismo, durante su estancia de cinco meses en Nueva Orleans, hace tres años.
Y de paso, como es el tiempo de las carnestolendas, vale la pena una visita a http://www.wwoz.org/

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He aquí una nueva publicación de las Éditions des Deux Corps, con los preciosos collages que hace Laure Missir.

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El número último de Infosurr (112, marzo-abril de 2014) da especial relieve al almanaque Lo que será, con una larga reseña de Ludovic Tac, quien, aún reconociendo la envergadura de la empresa, lo que hace es polemizar con el texto de Alain Joubert (a quien nunca nombra), pero tan solo para luego entrar en el círculo vicioso anarquismo versus marxismo, sin que en su apología de este falten los lemas “Todo el poder para los soviets” y “Proletarios de todos los países, uníos”. Del movimiento anarquista dice que “no gracias gracias”, que es lo mismo que digo yo de su solución marxista. En la más breve reseña de Richard Walter, este aplaude el texto anterior, a la vez que manifiesta su desacuerdo con los “partis-pris bêtes et méchants” contra los liquidacionistas del 69, triste y obsoleta cuestión que se ha quedado enquistada en Francia, ya que en el resto del mundo surrealista lo que hay es una total indiferencia hacia la tan cacareada “autodisolución” del grupo de París en 1969.
El resto de las notas y reseñas se ocupa de publicaciones y exposiciones ya aquí tratadas, destacando el texto de Jacques Lacomblez sobre la maravillosa Lucques Trigaut, complementario del que le dedicó en el n. 71.

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A punto de aparecer está el n. 1 de The Annual, publicación surrealista neoyorquina a cargo de Paul McRandle y Allan Graubard. Recomendamos la frecuentación regular del blog de Paul McRandle, entre cuyas últimas referencias se encuentran una exposición de Karel Havlicek, unas jornadas de juegos surrealistas organizadas por el grupo surrealista de Madrid y la publicación del libro de ensayos de Rikki The deep zoo.

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Nos recomiendan un “bello filme” sobre las “femmen”, en que interviene Annie Le Brun:
www.lcp.fr Naked War

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En unos tiempos en que me despido de muchas cosas, voy a hacerlo de nuestras queridas revistas de pensamiento “radical”, tras haberme encontrado en el n. 2 de Cul de Sac (enero de 2014), dedicado a la “posmodernidad”, con la exhumación, en serio, del abyecto pasquín contra el surrealismo de Hans Magnus Enzensberger, quien es presentado como un pensador “ajeno a toda ortodoxia política, que ha traducido al alemán a poetas como Rafael Alberti y César Vallejo”. Parece como si Salamandra, revista de combate social y verdadero pensamiento crítico que ha defendido e ilustrado en España el surrealismo durante casi tres décadas, no existiera para estos señoritos que prefieren recurrir a las caricaturas de este estulto y engreído figurón literario. No es sin frecuencia, por desgracia, como nos encontramos con este déficit mental en las publicaciones que alardean de “pensamiento crítico” y “radicalidad”. Tras un primer número promisorio, este lo mandé derecho al cubo de la basura.

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Para no acabar de mala manera esta página iniciada tan eufóricamente, he aquí traducido otro poema de André Frédérique, enviado generosamente por uno de nuestros amigos.

Idea fija
Soy capaz de matar a mi padre
si mi padre flotara
y yo necesitara una balsa
con la forma de mi padre
para flotar en las aguas

Soy capaz de matar a mi hermana
si necesitara sangre roja
para pintar su corazón

Soy capaz de matar a mis dos hijos
si hubiera que sustraerlos a la escuela
para que no supieran jamás
la regla de los participios

Soy capaz de matar a Dios
si tuviera que morir
a fin de que me perdone
y de que entienda que matar es tan sólo una costumbre

martes, 10 de febrero de 2015

Centenario de André Frédérique


Se celebran este año los centenarios de tres grandes figuras del surrealismo: Gellu Naum, Enrique Gómez-Correa y André Frédérique. El de Frédérique, este mismo mes de febrero.
André Frédérique (1915-1957) es uno de los maestros absolutos del humor negro. La publicación más importante sobre él es el n. 5/6 de Non lieu (1980), amplia antología precedida de textos de Édouard Jaguer, Aline Gagnaire, Henri Parisot, Philippe Soupault y otros, pero no menos ineludible es Histoires blanches (2003), con prólogo de Jean-Claude Carrière, y las dos antologías de Le Cherche Midi: André Frédérique ou l’art de la fugue (1992) y La grande fugue (roman), suivie du Dictionnaire du sécond degré (1995). Este cuarteto de libros constituye un conjunto explosivo.
En la foto de arriba vemos un fotomontaje suyo, apareciendo él entre dos amigos, uno de los cuales es su colega farmacéutico Geo L’Hoir. Frédérique se definió una vez “farmacéutico cómico”, y de hecho llevó a la quiebra su propia farmacia, abriendo luego otra que también quebró.
Toda su obra merece una traducción. Yo me limito a trasladar aquí, como elemental homenaje y por su brevedad y sencillez, tres de sus poemas.
La cadena
Aristóteles al morir legó a su hijo un secreto
Que este a su vez transmitió a su hijo
Que hizo lo mismo que ellos
y de esta manera el secreto llegó hasta mi padre
pero como a mi padre se le olvidó
yo no conocí nunca el secreto
Ejercicios de lógica
Un hombre que habría muerto pero que no habría nacido
Un hombre que nacería después de su muerte
Un hombre que moriría naciendo pero que no nacería muriendo
Un hombre que no moriría
Un hombre que nacería una vez sobre dos
Un hombre que moriría algunas veces
Un hombre que no pararía de nacer
Un hombre que no acabaría de morir
Un hombre que nacería de su muerte natural
Un hombre que nacería por debajo de la cintura y que moriría por encima
Un hombre que no habría ni nacido ni muerto
Ese hombre todavía no ha nacido
Historia
El hombre sacudió la cabeza
La cabeza cayó
Un niño que se encontraba allí
La recogió
Y corrió al arroyo
Lanzó la cabeza al agua
Y el arroyo sangró
Y los árboles murieron
Y el niño fue castigado


Si vous avez la vue double
Si vous voyez à travers les choses
Si vous pensez avec tout le corps
Si vous rêvez à volonté
Si vous déplacez les cathédrales
Si les murs vous réfléchissent
Si votre ombre de face a le sourire
Si vous êtes indou à volonté
Si vous peuplez tout seul la solitude du monde
Si vous criez des conseils à Dieu
Si vous criez adieu aux conseils
Alors vous êtes un humoriste

martes, 3 de febrero de 2015

Nuevo número de “Salamandra”

Con una extensión de 350 páginas, el número 21-22 de Salamandra es el más sólido de los aparecidos hasta el presente, manteniendo incólume la línea que la revista ha venido ofreciendo en los últimos tiempos. Algunos trabajos podrían ir indistintamente en algunas de las pocas revistas de crítica social radical que hay en España, y otros tratan fenómenos recientes tan circunstanciados que mi desconocimiento de ellos me hace leerlos a salto de mata, aunque esa misma lectura revela reflexiones generales de interés. Me ocupo pues, en particular, de lo más específicamente surrealista, y ahí es mucho lo que ofrece la revista, con propuestas y experiencias de mucho valor.
Los motivos que me llevaron a disgustarme con algunos números anteriores prácticamente no existen en este, como no sea cuando en uno de los artículos sobre el “materialismo poético” el autor muestra no haberse enterado todavía de que el surrealismo no ha sido nunca una vanguardia.
Ese apartado sobre el “materialismo poético” es destacado en la portada como el principal de la revista, junto al que lleva el título de “Crítica y onirocrítica de la ciudad”. En este, hay textos de José Manuel Rojo, Miguel Amorós, Emilio Santiago, Javier Gálvez/Bruno Jacobs, y Mattias Forshage/Erik Bohman. El de estos últimos ya había aparecido en inglés en el primer número de Hydrolith, mientras que el de Gálvez y Jacobs es una tercera edición enmendada del folleto Cádiz oculto, ya reseñado en este blog.
Una rica encuesta sobre “la ciudad onírica” redondea este apartado. Como es la tónica en Salamandra, la mayoría de los textos van acompañados de documentación fotográfica, gustándome destacar aquí las respuestas de Julio Monteverde y Noé Ortega.
La noción de “materialismo poético” ya la utilizó Sarane Alexandrian en 1948, pero en su caso para oponerlo al materialismo dialéctico, que, a su juicio (certero), ya había degenerado y cedido el paso al “materialismo orgánico” de las consideraciones existencialistas. Más recientemente, Bruno Jacobs se vale de la expresión al menos desde la publicación de los tres números de Anyway, en 2004. En esta sección hay ensayos de Emilio Santiago, Julio Monteverde, Jesús García Rodríguez, Eugenio Castro, Bruno Jacobs y José Manuel Rojo/Javier Gálvez. El de estos últimos es espléndido, y además aborda una de las cuestiones que hemos agitado aquí últimamente: la del “método científico”. José Manuel Rojo presenta, en un lúcido y amplio texto, “el ensayo de materialismo poético experimental de Javier Gálvez, pasando por el cedazo de la analogía las leyes más respetables de Pitágoras, Arquímedes, Rudolf Clausius, Lord Kelvin, Robert Boyle o Edme Mariotte”, lo que de manera menos humorística pero igualmente demoledora hace el gran John Zerzan en su ensayo sobre los números, citado en este mismo blog hace una semana. El principio de Arquímedes, la primera ley de la termodinámica, el teorema de Pitágoras y la ley de Boyle-Mariotte son los ejemplos elegidos ahora por Javier Gálvez para sus geniales parodias ilustradas por sus fotos, parodias de las que ya había dado muestras en algunas de sus ediciones propias, concretamente en Vagabundo del vaho y Teoría de los pasajes.

Ley de Boyle-Mariotte

No menos valiosa es la sección titulada “Laboratorio de lo imaginario”, que abre una nota sobre las “exposiciones” gaditanas reseñadas en “Surrint”. “No espiéis los juegos de los niños” es el título de conjunto de cuatro fotografías intervenidas de Eugenio Castro, en la estela de Reaparición de la isla misteriosa y Tribulaciones de una calavera, aquí los perversos polimorfos dedicados a inquietantes actividades. Sigue la reproducción de cinco objetos “fetiches” de Leticia Vera y de unas “revelaciones nocturnas” de Antonio Ramírez, que acompañan su “Indagación para una mitología personal”, cuya traducción francesa, en La chasse à l’objet du désir, se anticipó a esta versión original. De Antonio Ramírez hay también, más adelante, un artículo sobre los carteles publicitarios ruinosos, citando los “decollages” de Malet, aunque la referencia mayor es el formidable texto de J. Karl Boggarte “Aspectos revolucionarios de la vida cotidiana. Una introducción a los carteles lacerados”, bella defensa del vandalismo poético publicada en Surrealism & its popular accomplices.
El otro artículo del “Laboratorio de lo imaginario” es de Vicente Gutiérrez Escudero, y se titula “Construcción de un objeto rizomático”. Más imágenes hay en las sugestivas colaboraciones de Niklas Nenzén y Bruno Jacobs. El primero da una muestra de sus “dibujos inconclusos”, y el segundo de “paisajes recompuestos”, en este caso despojando de sus naturalezas muertas a las imágenes de Luis Meléndez, maestro del género a quien se las encargaba Carlos IV, para poner de relieve sus fondos paisajísticos, de estilo napolitano, que por algo él mismo era de Nápoles (Meléndez, por cierto, aunque al servicio de los poderosos, moriría en la indigencia).

N. Nenzen, Ahora no, me estoy evaporando

La sección más emblemática de Salamandra es, por supuesto, la de “¡Más realidad!”, en la que yo mismo llegué a participar. Ya aludí hace un par de semanas a la preciosa comunicación de Julio Monteverde, “Los ojos abiertos en la ciudad”, por la presencia de Nadja y del motivo de los ojos, pero sin advertir, en el primer vistazo que le eché a la revista, que pocas páginas después Eugenio Castro descubría en una calle de Madrid la estrella de Nadja, en un dibujo de asombrosa semejanza con el de ella. Noé Ortega, quien sabe que “en ocasiones la realidad se abre en canal y se manifiesta con una exuberancia poética arrebatadora a partir del momento en que lo imaginario interviene en el terreno de lo común para reafirmar su verdad y revertirla hacia el mundo”, indaga en un barrio proletario santanderino su pasado submarino, con preciosos hallazgos. “Espejismos” y “Saqueadores de espuma”, de Bruno Jacobs y Lurdes Martínez, respectivamente, completan esta sección de magia cotidiana, en la siempre eficaz forma de la relación cronológica de los hechos sorprendentes.
De Bruno Jacobs y Lurdes Martínez hay precisamente otras dos importantes colaboraciones. “Espacio, tiempo y surrealidad” es una de las típicas notas del primero, tan breves como jugosas. Con “Saqueadores de espuma”, Lurdes Martínez nos lleva a las playas del sotavento algarvío portugués, donde lleva algunos veranos fotografiando las efímeras construcciones que el capricho levanta sobre la arena, vistas como “vestigios de la creatividad anónima”.


En 1974, Ludwig Zeller y Susana Wald festejaban el cincuentenario del surrealismo con la edición de doce sellos conmemorativos con collages, uno de los cuales llevaba la leyenda “Ghosts are necessary”. Ahora, un fino texto de María Santana, “Sobre el anhelo de encontrar fantasmas”, acompañado de unas estupendas fotografías en que irrumpen los fantasmas, parece responder a aquella necesidad imperiosa. “Confeccionar un fantasma –concluye su escrito– es una insurrección consciente frente a la racionalidad positivista que trata de reducir el mundo al ámbito de lo cuantificable. Se trata de poner en marcha el imaginario y los deseos, enfrentarse a un anhelo demencial y absurdo, tensar lo posible y ofrecer un encuentro con lo maravilloso aunque sea terrorífico”. Señalemos que el n. 2 de Imaginación Insurgente, publicado en 2013, estuvo dedicado precisamente a este tema, con colaboraciones de María Santana, Antonio Ramírez, Lurdes Martínez, José Manuel Rojo y Eugenio Castro. Y que Las mercancías mueren, las cosas despiertan, del mismo año en La Torre Magnética, incluía el texto “El objeto inesperado” de María Santana y Antonio Ramírez junto a otros de José Manuel Rojo, Eugenio Castro, Noé Ortega y Vicente Gutiérrez Escudero, quien procedía a una clasificación de los objetos de hallazgo urbano en naturales, artificiales, suicidas y oníricos. El texto de Castro sobre “los trastos arrumbados” (ya aparecido en un número anterior de Salamandra) y el de Noé Ortega sobre “los objetos suicidas”, son preciosos.
Aunque precisamente algunos de estos artículos sobre el objeto ya aparecieron en Hydrolith, el n. 21-22 de Salamandra no abunda en escritos ya conocidos. Las traducciones son pocas, pero valen la pena: de Guy Girard, el “Compendio de historia universal en sueños”; de Laurens Vancrevel, “Para qué”; de Kenneth Cox, su presentación de los juegos surrealistas en Lo que será, seguida de los ejemplos de los grupos de Atenas, Londres, Chicago y Checo y Eslovaco.
Uno de los grandes refuerzos del grupo Salamandra a lo largo de estos últimos años ha sido el proveniente del equipo santanderino de Anémona. Las colaboraciones de Noé Ortega y de Vicente Gutiérrez Escudero nunca son menos que magníficas. Del segundo se anticipa con un capítulo el libro Invernadero de barcos. Reflexiones y sueños de un durmiente en resistencia, que muestra cómo Salamandra, tras el libro de Julio Monteverde, sigue poniendo mojones en el gran tema del sueño.
Otro nombre incorporado hace algunos años al grupo y que merece resaltarse es Jesús García Rodríguez, poeta, ensayista y traductor que en números anteriores publicó dos textos muy lúcidos: “Contraataque” y “El edén y el átomo: mitologías comparadas”, este una diatriba formidable contra las creencias científicas. Cofundador de la colección Ondina de poesía, ha dado a la luz varios libros en ella, así como en las Ediciones Imposible, entre estos el ensayo Desmontando a Sade. Ahora hay varias colaboraciones suyas, como unos poemas de su libro Retratos de mujeres y hombres ilustres (dedicados los tres de Salamandra a Stalin, Wojtyla y el borbón Juan Carlos, lo que puede dar una idea de por dónde van los tiros) y un hilarante “Delirio transductivo” que traduce el espantoso discurso de un político del ruedo ibérico a las lenguas telugú, gujaratí, canaresa y –“tramo final”– persa...
Por fin, en esta reseña que solo pretende cumplir la función de una incitación a la lectura, debe señalarse que los poemas van repartiéndose acertadamente en pequeños grupos, concretamente cinco, a lo largo de la revista. El que Belén Sánchez y Eugenio Castro componen “a partir de un libro encontrado e intervenido mediante el procedimiento de borrado y selección de frases”, nos lleva de nuevo a Las profecías atlánticas, que comentamos hace una semana.

Eugenio Castro, Los busca-huesos, 2012-2013

Sade, Bucarest

Aunque hace ya tres días que se clausuró en Bucarest la versión rumana de la exposición de los surrealistas checos y eslovacos “Other Air”, damos este enlace con algunas de sus imágenes:
http://solarik.rajce.idnes.cz/JINY_VZDUCH_ALT_AER_OTHER_AIR
Bucarest es el lugar ideal para haberse hecho esta “toma alterna” de la más importante exposición surrealista de los últimos años, ya que fue una de las grandes capitales del surrealismo en los años 40 y sigue habiendo en ella actividad surrealista, a diferencia de lo que ha ocurrido en Belgrado (por no hablar de Bruselas, donde esa actividad ya tarda más de la cuenta en resurgir). Así, todo un panel fue dedicado a los “parásitos del azur” de Dan Stanciu y Sasha Vlad, a los que se sumaron seis reproducciones de las láminas de Before/After. Le parasite de l’azur (Parasitul azurului/The parasite of the azur), publicado en 2006, es uno de los más originales libros del surrealismo entre los aparecidos en los últimos tiempos, pero toda la labor de Dan Stanciu y Sasha Vlad, a la que ya nos hemos referido varias veces aquí, está llena de una frescura imaginativa absoluta. Aquí tenemos uno de los “parásitos”, no incluido en el libro:

S. Vlad/D. Stanciu, El trueno del tiempo

Y aquí uno de los dibujos automáticos de Sasha Vlad que inspiraron una serie de poemas a Dan Stanciu y otra a Iulian Tănase, cada serie publicándose independientemente en 2005, con un título que acumulaba los de cada dibujo: Borbro, Obs, Kabupaten, Feen, Duamaa, Jumah, Ek-Yolo, Serliq, Burcep, Sodhi, Lecade, Epona, Snijngad:

S. Vlad, Duamaa

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La revista Beaux Arts dedica un bello número especial a la gran exposición sadiana del Musée d’Orsay, que se abre con una entrevista a sus organizadores, Annie Le Brun y Laurence des Cars.
Los capítulos se titulan “¿Por qué Sade es un mito monstruoso?”, “Fin del siglo XVIII. La Revolución libera las pulsiones destructoras”, “El cuerpo sadiano, delicioso espectáculo de la crueldad”, “Siglo XIX. Los simbolistas o el elogio de la perversión”, “Siglo XX. Cuando los surrealistas se inflaman por el divino Marqués” y “Un héroe que hace fantasear a lo cineastas”, este último por Jacques Zimmer, autor del libro Sade et le cinéma, publicado en 2010.
Hay pequeños textos dedicados a Jean-Jacques Lequeu (“arquitecto fallido y artista erotómano”), Felicien Rops (“el grabador de la decadencia moderna”, que es como él mismo se dio a conocer en los medios simbolistas) y Max Ernst (viajero a “los bajos fondos del inconsciente”).


En la portada vemos un detalle del cuadro del simbolista sulfuroso Franz von Stuck El pecado (1899), alegoría del vicio en que se representa a una bella y seductora pelirroja, sensualmente extendida sobre el lecho y enlazado su cuerpo a una serpiente.