viernes, 27 de marzo de 2015

David Martí y el Señor Ducasse, alias Lautréamont

David Martí, Dragón lautreamontiano

Nada de lo que concierne a Isidore Ducasse puede ser indiferente al surrealismo, así que como un auténtico cataclismo tomo conocimiento hace unos días de un libro en que aparecen nada menos que cincuenta “visiones” plásticas inspiradas por la lectura de Los cantos de Maldoror.
50 visions sur Maldoror es, en efecto, el título de una excepcional obra de David Martí, publicada en el año 2003 y difundida en exclusiva, no sabemos si aún, por la Librairie du Scalaire de Lyon.
David Martí es un artista que me era desconocido, ya que no se sitúa en la órbita del surrealismo ni nadie me había llamado la atención sobre él ni sobre este libro. Nacido en Barcelona en 1960, de casta le vino al galgo, ya que su padre era el escultor Marcel Martí y su madre la escultora Parvine Curie. Pasa su niñez y su adolescencia entre Cataluña y la región parisina, y frecuenta la Escuela de Bellas Artes de París, para desde 1976 iniciar una serie de viajes a la India, que lo influirían decisivamente. Cultivando el teatro y la poesía, celebra su primera exposición en Meudon en 1981. De 1990 a 2000 reside en Cadaqués, donde expone regularmente, incluidos unos móviles-esculturas. Es en 2002 cuando se consagra en exclusivo a las pinturas inspiradas por Los cantos de Maldoror. Murió prematura y repentinamente en París, en 2007.
El editor de 50 visions sur Maldoror no es otro que Marc-Gabriel Malfant, de quien ya reseñamos en “Surrealismo internacional” su interesantísima publicación Onan à Cadaqués*. Amigo de David Martí, él es el destinatario de una preciosa “Carta imaginaria” sobre las ilustraciones que el artista ha hecho de los Cantos de Maldoror, y que, reproducida en manuscrito, funciona como invalorable prefacio. En ella, David Martí se confiesa lector también de Baudelaire y Rimbaud, porque “a la hora de leer bellas páginas, necesito que sean malditas”, ya que “el resto pertenece al reino del autoengaño y del tedio fenomenal”. Esta carta, de seis extensas páginas en francés y firmada el 1 de agosto de 2003, revela, de cabo a rabo, a un verdadero poeta. Por ella nos enteramos que la sugerencia de inspirarse en la obra de Lautréamont vino del propio Malfant, pero que solo cristalizó a raíz de que Martí advirtiera, sobre una de sus mesas de dibujo, unas láminas de papel blanco con unas manchas informes de café, que recortó, dibujando sobre ellas. Especialmente emocionante es la descripción que luego hace del efecto físico que sobre él ejerció la lectura de Los cantos de Maldoror durante la elaboración de las imágenes, con dolores terribles en los pies y luego en las manos y un sueño pesado plagado de visiones, aludiendo a “las vibraciones o fenómenos telúricos que emanan peligrosamente de Los cantos”. ¿Hay algo más genuinamente surrealista? Pero es que además, por decirlo con Arturo Schwarz, “cualquier obra que amplíe nuestros horizontes mentales y visuales por medio del libre juego de la imaginación, es surrealista”, al margen de que su autor pertenezca o no pertenezca al Movimiento Surrealista. Se podría afirmar que David Martí, sin ninguna ligazón a las actividades surrealistas, es surrealista en el furor maldororiano.

David Martí, Rinoceronte Maldoror

Entre los títulos de las visiones maldororianas de David Martí, abundan los que se refieren a sus animales y a sus metamorfosis animalescas: “El dragón de Maldoror”, “Los tiburones de Maldoror” “Ballena Maldoror”, “Rémora Maldoror”, “Maldoror como león”, “Pelícano Maldoror”, “Grullas de Maldoror”, “Monstruo oceánico de Maldoror”, “Pájaros lautreamontianos”, “Piojos de Maldoror”, “Bestiario marino de Maldoror”, “Rinoceronte lautreamontiano”, “Rino-perro de Maldoror”... Pero también tenemos “La sangre de Maldoror”, “Las entrañas de Maldoror”, “La danza de Maldoror”, “El bosque de Maldoror”, “El océano de Maldoror “, “Maldoror en tanto roca”, “Maldoror en el estado de violación”, “La epidermis negra de Maldoror”, “El astro deformado de Maldoror”, “Rostros desfigurados de Maldoror”, “El histrión volátil de Maldoror”, “Arquitectura lautreamontiana”, “Eclosión océano de Maldoror” y hasta un “Maldoror se apodera de la Tierra”. En fin, una apoteosis maldororiana que obliga a atesorar este libro junto a las ediciones del “Señor Ducasse, alias Lautréamont”, que es como David Martí lo llama en su “carta imaginaria”.
Varios antecedentes tiene esta gran publicación: los doce pioneros dibujos que hizo Jindrich Styrsky para la traducción checa de Los cantos publicada en 1929; la edición de Lévis-Mano de 1938, ilustrada por Victor Brauner, Henrique Espinoza, Óscar Domínguez, Max Ernst, Yves Tanguy, René Magritte, Juan Miró, Roberto Matta, Wolfgang Paalen, Man Ray y Kurt Seligmann; los 37 dibujos que Armand Simon seleccionó para su publicación entre los millares que le dedicó a Los cantos entre 1937 y 1945; la edición ilustrada por Magritte en 1948; y la sueca ilustrada por Ragnar von Holten en 1972. Desde entonces no se había visto una cosa igual.

David Martí, Maldoror

*

Para el cuaderno de Marc-Gabriel Malfant Approche du lanceur de cailloux, publicado en Cadaqués en 1999, David Martí hizo cuatro ilustraciones que, al igual que ocurre con la serie Maldoror, no ocultan las influencias indias, seguramente, a tenor del título, tampoco ausentes en su libro de poemas La memoria de los mundos. El texto de Malfant, estudio, con invectiva incluida, del habitual gesto humano de arrojar piedras al agua, va precedido de citas de Montherlant, Salvador Dalí y Víctor Hugo, que rezan, respectivamente: “Cada vez que hayas resistido a coger una flor, a mear en agua limpia, a romper una rama inútilmente, etc., habrás hecho bien. Aunque ello no tenga mérito alguno (y ello no es seguro), al menos habrás evitado un movimiento vulgar”; “Lo he visto subir la cuesta, pensativamente. Andando, se ha inclinado para recoger un guijarro”; “Las catástrofes irradian en todas direcciones. Lanza una piedra al agua y cuenta las salpicaduras”. Más decisiva es aún una cita interior: “A menudo, yo adoro un guijarro”, de Arthur Cravan, por supuesto. La mía favorita, como espíritu que aspira a hermanarse con la cultura amerindia, es de Lame Deer: “La tierra está viva. Las montañas hablan. Los árboles cantan. Los lagos pueden pensar. Los guijarros poseen un alma. Las piedras tienen poder”. Malfant escribe que respeta las piedras y que hasta intenta no desplazarlas cuando anda: “Respeto su edad y su situación. Mido el tiempo que han necesitado, y las vicisitudes, para llegar allí”. Pero yo abro una excepción, ya que tengo por hábito echar abajo las acumulaciones de piedras que dejan los senderistas para indicarse el camino unos a otros; es cierto que ya esas piedras han sido movidas y se trata en parte de un acto de desagravio, pero también lo es que yo dejaba en su lugar, hasta religiosamente, las señales de los pastores de la sierra portuguesa de Montemuro, muy bonitas además, casi como si fueran figuras de Tanguy. En este caso, triunfa mi fobia al gregarismo de esa especie depredadora que no deja de ser, aunque se disfrace de amor a la naturaleza, el senderista común, urbanita y corrompido por la banalidad reinante.
Banalidad de la que David Martí, por lo que muestra su admirable “carta imaginaria”, estaba completamente protegido.