martes, 28 de abril de 2015

“The Annual”, n. 1



 Acaba de ver la luz en Nueva York, publicado por Phasm Press, el primer número de The Annual, que, editado por Allan Graubard y Paul McRandle, aglutina numerosos nombres del surrealismo, aunque no se presente como revista del movimiento surrealista. Esos nombres son, aparte los editores, Will Alexander, Byron Baker, Thom Burns, Miguel de Carvalho, David Coulter, William A. Davison, Sherri Higgins, Peter Dubé, John Digby, Kathleen Fox, Rik Lina, Beatriz Hausner, Gregg Simpson, Jon Graham, David Nadeau, Valery Oisteanu, Jean-Pierre Paraggio, Raman Rao, Richard Waara y Bill Wolak. Nuevos nombres para mí son Jordan Zinovich, Peter Lamborn Wilson, Rainer Hanshe y Genese Grille.
The Annual adopta la forma de libro-objeto, al recoger en una carpeta cerrada con hilo rojo multitud de hojas, sobres y cuadernos, forma de multiplicidad que recuerda a Debout sur l’Oeuf. Reseñaremos la próxima semana su contenido, contentándonos hoy con la reproducción de su editorial, firmado por Allan Graubard, Paul McRandle y Kirstin Chappel, quien se ha encargado de la producción, el diseño y la composición de esta nueva maravilla del surrealismo al servicio de la poesía. El contenido en nada desdice las palabras de esta editorial.

Una flor carnívora aliada del surrealismo

El primer número de esta comunicación onírica ha sido editado tanto en español como en inglés. Tomas Werner es uno de los pioneros del grupo surrealista de Estocolmo.


Proyecciones filosóficas del surrealismo

Nada más disuasorio que un libro llamado Foucault Deleuze. Pero cuando el libro se subtitula Nouvelles impressions du surréalisme, al menos pica el aguijón de la curiosidad. Y cuando resulta que el autor es Georges Sebbag, ya la lectura se convierte en preceptiva, máxime si consideramos que estaremos ante una de las varias continuaciones que permitía su magistral Potence avec paratonnerre. Philosophie du surréalisme, aparecida en 2012. (De hecho, en la última nota de dicha obra, el propio Sebbag señalaba que el tratamiento de esta temática permitía un prolongamiento “en el cual se apelaría sobre todo a Salvador Dalí, Georges Bataille, Ferdinand Alquié, Jacques Lacan, Gilles Deleuze y Michel Foucault”).
Philosophie du surréalisme estudiaba el proyecto filosófico de Aragon y Breton, muchas veces descuidado en aras de los aspectos poéticos, políticos y sobre todo artísticos que han tendido a privilegiarse en los estudios del surrealismo: “Ahora bien, la revolución surrealista del espíritu se ha realizado plenamente. Ha inventado conceptos –automatismo psíquico puro, azar objetivo, tiempo sin hilo, collagismo. Ha conducido experiencias nuevas –escritura automática, relato de sueño, deambulación urbana, juegos, encuestas.”
La idea de buscar un paralelo entre el tándem Aragon/Breton y el que formaron Deleuze y Foucault peca quizás de descuidar las diferencias e insistir en las semejanzas. Georges Sebbag, cuya avidez y audacia de pensamiento, en los años 60, no pueden cuestionarse, se sintió atraído por las novedades más importantes de la época, y, así, por ejemplo, fue de los que señalaron entonces la valía enorme de la obra de Gombrowicz, en lo que coincidió con Jorge Camacho, y también de los que mejor interpretaron el cine de Antonioni. Una década después, en cambio, para mí el surrealismo fue, entre otras muchas cosas, un antídoto contra el estructuralismo en general, y en particular contra los Deleuze, Foucault, Derrida, Lacan, Barthes, Playnet, Sollers, Kristeva... De toda aquella enorme marea de pedantería y pretenciosidad puramente universitaria (que culminó en Tel Quel), solo recuerdo positivamente el Kafka de Deleuze y Guattari y la Historia de la locura de Foucault, y negativamente todo el resto, incluidos el Lautréamont de Pleynet y el ensayo de Foucault sobre Roussel, obras que sin embargo parecían llamadas a interesarme. Pero todo esto es otra historia, que en nada concierne a un libro caracterizado por la fuerza, la densidad y la penetración, y que aporta una perspectiva nueva sobre muchos aspectos y cuestiones. Téngase en cuenta que en el último grupo en torno a Breton, Sebbag era su cabeza más filosófica, aparte el veterano Gérard Legrand, quien no podía mostrarse tan abierto como Sebbag a las corrientes que entonces emergían.
Afortunadamente, la nueva obra de Sebbag, como de él que es, no se ciñe al título, y está llena de líneas de fuga en un encadenamiento libre de reflexiones. El primer capítulo –“Aragon & Breton, un proyecto filosófico”– sirve de enlace con Surréalisme et philosophie, tratando la cuestión Dadá/Surrealismo y en los inicios del surrealismo señalando su preocupación moral y la reacción contra el reinante materialismo “oficial” –de políticos y periodistas– que los llevó a unir el antimaterialismo al antirrealismo y a interesarse por Berkeley, entre otras consecuencias abriéndose a la fundacional pintura metafísica de Chirico.
“La pintura animada del soñador surrealista” es un capítulo estupendo, donde Sebbag enumera, entre 1919 y 1937, doce momentos claves en las investigaciones oníricas del surrealismo, para luego detenerse en la influencia sobre el surrealismo de la “filosofía durmiente” de Diderot (con el sueño de d’Alembert), de la “pintura animada del sueño” de Grandville y de las deliciosas experimentaciones de Hervey de Saint-Denys, todo ello luego objeto de las teorías de Bergson. Aragon, en Une vague de rêves, afirmará que los sueños anotados por Breton “por primera vez desde que el mundo es mundo, guardan en el relato el carácter del sueño”, lo que, si no es del todo cierto, sí que apunta a lo esencial, como esencial es que los surrealistas, a diferencia de Freud, se interesen más por el contenido manifiesto que por el latente: “El relato de sueño se basta a sí mismo. Describe una acción, un espacio, una atmósfera. Equivale a un capítulo de novela o a secuencias de películas. El sueño se manifiesta plenamente en su contenido manifiesto, No hay ninguna necesidad de descifrarlo. La interpretación psicoanalítica parece superflua. No estamos ni en el reino de la lógica ni en el de la moral. Entramos en el mundo de lo enigmático donde las revelaciones se suceden sin que se pueda asignarles un fin, como en la pintura de Chirico. Más aún, el sueño acarrea una lógica durmiente, una ficción durmiente, una ciencia durmiente. Lo enigmático es una ciencia sin solución”. A la vez que desarrollan una filosofía del sueño, los surrealistas, cuando relatan sus sueños, “hacen saltar las imágenes y los objetos, hacen danzar el tiempo y el lenguaje”. Este estudio del surrealismo y el sueño –donde no falta la referencia a la asociación que hizo André Breton de la estrella negra del sueño, en el juego de Marsella, con la película It’s a bird de Charley Bowers (hoy felizmente asequible en dvd), el Astu de Nietzsche y el Baou de Rimbaud– concluye con otra enumeración, en este caso de los siete postulados del sueño. Doce y siete: los números mágicos por excelencia.
Un capítulo sin duda inesperado es el dedicado en seguida a Heidegger, ya que, a juicio de Sebbag, para comprender mejor al filósofo alemán, “parece necesario situar Ser y tiempo en el contexto futurista y el ambiente surrealista”, a causa de su relación con la velocidad tecnológica y lo “poco de realidad”. Esto lleva a buscar a su vez aquello que futuristas y surrealistas deben a Alfred Jarry, objeto del capítulo cuarto: “Las carreras inmóviles de Alfred Jarry”.
El capítulo quinto ya introduce a Deleuze y Guattari, quienes coinciden con las especulaciones de Jarry. Ambos amigos, considera Sebbag, trabajan al modo de Breton y Soupault, manejan el automatismo psíquico puro y rechazan la interpretación freudiana de los sueños, y hasta Deleuze “ha adoptado la práctica collagista dadá-surrealista”. Debe recordarse que, en el n. 2 de L’Archibras, o sea en octubre de 1967, Sebbag publicaba el artículo “Imaginación helada”, sobre el estudio que Deleuze había hecho de la obra novelística de Sacher Masoch. Unos pocos años antes, concretamente en 1964, había publicado en la revista Alethéia un primerizo artículo sobre Roussel en que citaba a Breton, a Ferry y a Brunius, y también, polemizando algo con él, a Foucault. Hablamos de hace medio siglo, lo que revela la solidez y constancia de sus preocupaciones esenciales.
La reivindicación que Georges Sebbag y Emmanuel Guigon han hecho de Grandville, se continúa en el capítulo sexto del libro, para en el séptimo entrar ya con Roussel y su concepto de “doublure” (doble del teatro o el cine, pero también forro interior de una prenda), a través de cada una de sus obras, con sus dobles teatrales, fílmicos, fonéticos y semánticos, pero también con sus objetos, aquí enumerados, y la relación con el poema-objeto de Breton “Je vois, j’imagine”; objetos como la famosa galleta-estrella de Flammarion, de la que ya hemos hablado aquí.
Foucault, que con Deleuze elaboró la filosofía de la repetición y la diferencia, es el “doublure” de Roussel en el capítulo octavo, donde la relación con Brisset y Wolfson ocupa un importante subcapítulo, ya que, en 1970, Deleuze prefació a Wolfson y Foucault a Brisset. Los surrealistas, como es bien sabido, asociaron la figura de Brisset a la de Roussel, y Sebbag aquí aborda de este esas dos obras geniales que son La gramática lógica y La ciencia de Dios.
En Vingt mille lieues sous les mots, Raymond Roussel, Annie Le Brun señalaba con acierto cómo lo que había hecho Foucault era reducir y ocultar el “fuego que consume a Roussel”, sustituyéndolo por “un maniquí que habla para ilustrar a voluntad toda tesis sobre la autonomía del lenguaje”, y rechazando así ver “a qué tinieblas se arriesga Roussel”; con anterioridad, en un artículo de 1992, Annie Le Brun, al referirse a Foucault y sus émulos de los años 60 (y denunciar el exorbitante predominio de la teoría a que se asistía en aquella época), desvelaba, con respecto a Roussel, la intención de “reducir a una aventura del lenguaje esa vida que se compromete en la más loca caza a las instancias del ser”. No veo otra explicación a mi rechazo entonces de los estudios de Foucault sobre Roussel, que en principio tanto debían interesarme, pero que más bien parecían hacer bueno el consejo de Jean Ferry: no debía prestarse a Roussel, ya que se haría un mal uso de él. Yo no creo que Foucault haya intentado “renovar” el surrealismo, ni mucho menos que lo haya conseguido. Y si es cierto que, al morir Breton, dijo de él que “era nuestro Goethe”, eso me suena más bien a insulto.
En el capítulo noveno, Sebbag considera que la Historia de la locura completaba tres búsquedas del surrealismo: la filosofía del sueño, la Antología del humor negro (con sus varios loquinarios) y la propia relación con el tema, inherente al surrealismo; a su vez, indudablemente, los surrealistas habían preparado el terreno para esta obra. Al Foucault recordar la locura de Hölderlin, Nerval, Nietzsche, Van Gogh y Artaud, señala en este último la importancia de la “ausencia de obra”, lo que hace a Sebbag dirigirse a otro hombre de ausencias: Jacques Vaché, que él enlaza finamente con Jacques el fatalista, conduciéndole este, a su vez, al sobrino de Rameau, quien, en efecto, anunciaba a otro de los grandes del trío terrible del primer surrealismo: Arthur Cravan (el tercero, claro está, es Jacques Rigaut).
Ya a estas alturas, Sebbag puede afirmar, en el capítulo décimo, que tanto Deleuze como Foucault adoptan la mayor parte de los intríngulis del proyecto filosófico del surrealismo.
El capítulo siguiente muestra a Foucault acercando, en un coloquio, las novelas telquelianas y las teorías de Sollers a las experiencias surrealistas, pero la diferencia radical la aporta el mismo Sebbag: la bandera de lo “ficticio” nada tiene que ver con “el pabellón negro de la imaginación”.
“El acontecimiento puro” es el título del capítulo doce, donde Sebbag trata la aproximación que Maurice Blanchot hizo de Breton a Bataille, así como la Lógica del sentido de Deleuze, concretamente el estudio que este hace del “acontecimiento” de Jöe Bousquet, como podía haber elegido, tal señala Sebbag, el de Brauner con Domínguez.
Tras la entrada de Derrida y Lacan en el capítulo trece, Georges Sebbag aún se guarda un as en la manga, ya que el capítulo último se dedica al dúo Luca/Trost. En 1972, como es sabido, Deleuze descubre a Luca, a quien proclama “el más grande poeta francés”, y hasta se pone en contacto con él. Luca, en Anfítrite. Movimientos supertaumatúrgicos y no edipianos, homenajea La aventura de los objetos de Camille Bryen, que ha fotografiado Raoul Ubac, y esto vale a Sebbag para introducir aquella extraordinaria profundización que, en el Bucarest de 1945 a 1947, Luca y Trost hacen de “las nociones fundamentales del surrealismo: el automatismo, el sueño, el azar objetivo, el amor pasión, los objetos”. En particular la exploración que Trost hace del fenómeno onírico adquiere un valor excepcional en la historia del surrealismo, lo que nos remite a las primeras páginas de estas Nouvelles impressions du surréalisme. A Deleuze le interesa la crítica del psicoanálisis, que forma parte de la reflexión de Luca y Trost, pero a la vez muestra Sebbag cómo él y Guattari esquivan señalar o reconocer el surrealismo (evidentemente, incuestionable) de Luca y Trost (del mismo modo, advertirá Sebbag en un “paréntesis” de las conclusiones, Foucault, Deleuze, Guattari, Derrida y Tel Quel esquivarán señalar el surrealismo de Artaud). También, en los últimos párrafos de este excelente capítulo final, rechaza la calificación que Deleuze y Guattari hacen de un supuesto “antimaquinismo humanista” en el surrealismo (ya que, por ejemplo, “el surrealismo, campeón del automatismo, cuenta en sus rangos tanto con Duchamp, Picabia y Man Ray como con Brauner, Luca y Trost”).
Estamos, en fin, ante un trabajo sólido y sugerente, que arroja nuevas perspectivas sobre la proyección filosófica del surrealismo y que a la vez se envereda por aparentes digresiones que pueden hasta resultar más jugosas que las indagaciones del propio paradigma central del libro.

“Phosphor”, n. 4 (2)

Llama un tanto la atención en Phosphor la discordancia entre la parte principal de la revista, que comentamos el otro día, y el capítulo de reseñas, no tanto por el tratamiento de las obras elegidas como por la índole de estas. En general son obras académicas de no mucho interés, y no digamos si comparadas a las novedades propiamente surrealistas que son luego muy someramente descritas. Cuánto más sentido tendría, a mi juicio, detenerse más en estas y menos en las otras.
La traducción inglesa del libro de Román Gubern y Paul Hammond sobre los años comunistas de Luis Buñuel merece un largo artículo de Michael Richardson, poco convincente en su intención de discutir la “obsesión con el estalinismo” que caracteriza a dicho libro. Un libro, además, de grosor excesivo, aunque no tan absurdo como el aún más enorme que un catedrático de Tenerife dedicó a los años americanos de Buñuel, o sea a una época en que no filmó ni una película. Resurge aquí la vieja cuestión de las complacencias que se han tenido y siguen teniendo con los surrealistas estalinistas tipo Scutenaire, Nougé o Chavée –o, en este caso, el Buñuel de un par de décadas. Una noción elemental del surrealismo es la libertad, y considerar que “aquellos de nosotros que vivimos en tiempos que no nos fuerzan a hacer de la vida y la muerte elecciones morales, solo tenemos un limitado derecho a juzgar a aquellos que se vieron enfrentados a tales dilemas”, resulta capcioso, ya que eso solo sería justificable si todos se hubieran engañado en sus elecciones, cosa que evidentemente no ocurrió. Los Buñuel, Nougé y compañía fueron cómplices de un régimen que era la negación absoluta de la libertad, quizás de una manera más grave de lo que lo fue, dado su carácter folklórico, un Ávida Dollars con el régimen franquista. Sobre Buñuel, en relación con las disquisiciones de Michael Richardson, merecería considerarse este trío de citas: la de Breton en 1938 lamentando su “sumisión a las órdenes de un partido”; la de Buñuel en 1954 diciendo que “la vida se ha encargado de superar el surrealismo” y sus “errores”; y otra de Buñuel, ya a fines de los años 60, a Max Aub: “Cada vez soy más anarquista”.
Menos interés ofrecen Prague, capital of the twentieh century: a surrealist history, de Derek Sayer, entre otras cosas porque ni siquiera continúa la historia del surrealismo checo y eslovaco hasta el final del siglo (Svankmajer ni es nombrado); Anomie/Bonhomie & other writings, de Howard Slater, cuya reseña más bien desaconseja la lectura; una nueva monografía sobre David Gascoyne, esa “perfecta nulidad” de que habló Simon Watson-Taylor, y que ya tiene de sobra con la monografía que le dedicó Michel Remy en 1984; la traducción de la Encuesta sobre los lugares del ex surrealista Petr Kral, aunque en este caso se arguye la cercanía temática con el tema de este número de Phosphor; y un tocho de Raihan Kadri consagrado a demostrar –imagínense– que el principal progenitor intelectual del surrealismo no fue Freud ni Hegel, sino Nietzsche.
Con todo, una reseña del fantástico libro sobre Anthony Earnshaw y otra sobre la traducción de La proie s’ombre de Luca nos sitúan en pleno corazón del surrealismo.
De la lista de recientes publicaciones surrealistas, retenemos algunas de los que no teníamos noticia, lo que nos deja pensando en lo poco merecidos que son los elogios que a veces se nos han dado, en cuanto a la riqueza de nuestra información del surrealismo actual:
De Slag, Baron Satan lives a life of a fear, Caterhaugh: a surrealist journal of shapeshifting (editado por Paul Cowdell) y el n. 1 de Black Lightning.
Del London Surrealist Action Group, The overflowing milkmaid with curved Feet, asequible vía lulu, donde incluso se le puede echar una ojeada.
Del Grupo Surrealista del Río de la Plata, el n. 2 del boletín Dazet (que toma su feliz título del nombre del condiscípulo de Isidore Ducasse).
De Juan Carlos Otaño, Ludión antiguo, colección de ensayos.
De John Richardson y John Welson, Alice, the looking glass threw, proyecto basado en 21 collages-pinturas de ambos, en que una serie de invitados respondieron con textos e imágenes. Esta obra la comentaremos próximamente.


miércoles, 22 de abril de 2015

“Phosphor”, 4: la ciudad onírica

Tras un interregno de tres años y pico, resurge la revista del grupo surrealista de Leeds, Phosphor, con su número cuarto, dedicado a “La ciudad onírica”, como los anteriores a las “narrativas de la ausencia”, los “objetos fantasma” y la “memoria recuperada”.
Firman la nota introductoria, titulada “Puerto de Praga”, el editor Kenneth Cox y Bill Howe, quienes, pese a reconocer que las ciudades han sido cada vez más presa de la racionalidad miserabilista y la ideología neoliberal, consideran aún posible introducir en ellas la indagación propiamente surrealista, no dejando de señalarse la diferencia de esta con las propuestas vanguardistas y psicogeográficas. Estas investigaciones sobre el sueño y la ciudad son un punto importante de coincidencia entre el grupo de Leeds y el de Madrid, que dedicaba una parte del último número de Salamandra a la misma cuestión –recuérdese, además, que el grupo madrileño fue una referente fundacional del británico.
En 2014, el grupo de Leeds celebró su veinte aniversario volviendo al juego del “hombre nuevo”, lúdica exploración de su ciudad que practicaron en sus inicios. Kenneth Cox, en su artículo de presentación, señala el empeoramiento con respecto a 1984, con el triunfo del “homo economicus”, pero también aquello de que donde hay siempre queda (el problema se produce, a mi juicio, en todos los órdenes de la realidad, cuando lo que queda ya no justifica que uno se desviva por ello).
M. Richardson, collage de Los misterios de Nueva York
Abren el fuego cuatro invitados: Bruno Jacobs, Guy Girard, Krzysztof Fijalkowski y Vangelis Koutalis. El primero describe y comenta sueños referentes a Veracruz (uno surgido de los paseos nocturnos y otro cuando, ya en Estocolmo, siente el deseo de retornar a la ciudad mejicana) y Cádiz (un sueño présago), más un cuarto en que visita a Penelope Rosemont y esta le da unos consejos para recorrer la ciudad, con punto de partida del sueño unas fotos de Oporto que le ha enviado Eugenio Castro; un capitulillo final, titulado “La sustancia de los sueños”, remonta a las pinturas de Chirico, como antes ha mostrado el encanto poético de los dibujos de Hergé cuando se los despoja de sus figuras. Guy Girard, en “Una ciudad es otra” –título rimbaldiano que señala el planteamiento de su comunicación–, viaja bellamente de sus recuerdos de Cherburgo a París, hoy tan tristemente “museificada”. Las evocaciones oníricas de Krzysztof Fijalkowski lo son de Santiago (de Compostela), Nantes y Praga, y van acompañadas de un collage de Michael Richardson, perteneciente al ciclo de 2012 The mysteries of New York, estos nuevos misterios neoyorquinos mereciendo conocerse plenamente, ya que otra muestra, al final de la revista, es igual de espectacular. En cuarto lugar, Vangelis Koutalis, del Surrealist London Action Group, aporta el poema “La reina de Saba en Leeds”, que ilustra una imagen de Rue K, el espléndido cortometraje de Pierre-André Sauvageot.
Los componentes del grupo de Leeds siguen con varios textos interesantísimos, que conciernen al juego desarrollado en 2012 “Desiertos en la ciudad”. El de Josie Malinowski refiere una serie de visitas a la ciudad onírica con sus días y sus horas; al igual que en la mayoría de los casos, el relato va acompañado de su documentación fotográfica. Gareth Brown opta por una narración que le inspira una curiosa experimentación realizada con objetos sonoros en un lugar “neutral” de la ciudad. El propio grupo (Gareth Brown, Kenneth Cox, Jan Drabble, Bill Howe, Josie Malinowski, Sarah Metcalf, Mike Peters y Martin Trippett) firma un texto en respuesta a los objetos encontrados durante una visita diurna a la zona explorada y un “sueño-narrativa” escrito en un bar tras un paseo por una de las partes de dicha zona. Poemas de Cox y Howe, siempre referidos a “Desiertos en la ciudad”, vienen enmarcados por dos collages y tres fotos del sorprendente objeto “La brújula de Ariadna”, todo ello de Jan Drabble. (Otras ilustraciones que merecen señalarse son la foto de un fantasma descubierto en Leeds por Juan Carlos Otaño y el collage Sueño de Ícaro de Kathleen Fox.)
“La ciudad onírica” concluye con tres invitados más. Ody Saban denuncia los horrores de la explotación humana en las urbes, como ejemplo el de su natal Estambul, donde las mujeres de Anatolia limpiaban las ventanas de los grandes edificios cayendo a veces al vacío, como en el París actual le ocurre a algunos “sin papeles”; apropiada ilustración, su pintura La villa caníbal. Jonathan Tooke firma un inquietante escrito sobre el potencial onírico de las escaleras. Y Joël Gayraud es un marino que llega a una ciudad donde no puede tomarse una copa y de cuya gigantesca plaza de espejos no puede salir.
Este último texto de Joël Gayraud expresa óptimamente lo que para mí son ya las ciudades: irrupciones oníricas o que, sobre todo, se levantan en los paisajes de la imaginación, ya que, desde hace más de una década, les di la espalda para siempre por lo que respecta a vagabundearlas. Ello no significa en absoluto que no siga con el máximo interés esta línea de investigaciones poéticas del surrealismo actual. Y este número de Phosphor es, para la materia, una aportación apasionante y de primer orden.
Phosphor se completa con una serie de reseñas y una lista de novedades, pero de ello trataremos el martes que viene.

Actualidades

En el Patio de la Inquisición de Coimbra, ya que no ha sido arrasado, supone al menos una buena venganza que se celebre una exposición titulada “En el principio no era el verbo”. Claro que ello se debe a la instalación de un surrealista, Miguel de Carvalho, en la ciudad de la saudade.


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A la vez, en París, Guy Girard expone, con Jean-François Affre y Christian Martinache, en la galería Artcomplice, hasta el 27 de este mes.
Girard acaba de publicar una nueva entrega de la serie de pequeñas autoediciones que viene sacando desde hace un par de años en Saint-Ouën. La de ahora se titula Radio Canopée y, como de costumbre, lleva como frontispicio un espléndido collage de Pierre-André Sauvageot. Con una suntuosidad imaginativa que le es propia, volvemos aquí, en una prosa poética dividida en siete partes, al poeta amoroso de Sybille infuse (2005) y Cognée d’octobre (2014).

Frontispicio de Pierre-André Sauvageot

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Me comentan de París la exposición “Obsesiones”, que tiene lugar en Les Yeux Fertiles, incluyendo algunos raros dibujos de Hans Bellmer y esculturas de Jean Benoît.

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El n. 53 de La Revue des Revues incluye un detallado trabajo de Richard Walter sobre las cuatro series de Brumes Blondes, y en general sobre toda la labor que desde 1959 han desarrollado, admirablemente para el surrealismo, Her de Vries y Laurens Vancrevel.

Cubierta de Miguel Ángel Huerta

martes, 14 de abril de 2015

Noticias de Cádiz y resto del mundo


Mucha actividad reciente ha habido en Cádiz, donde el maestro de ceremonias, Bruno Jacobs, montó dos simultáneas exposiciones callejeras, una de Javier Gálvez titulada “Palabras mediúmnicas” y otra, también con palabras aunque muy diferente en su sentido, de Jesús García Rodríguez, titulada esta “Fractura de confetti, confitura de grafitti”. La segunda, como se verá, batió el récord de duración que ostentaba la de mis disparos del archibrazo, arrasados por una tormenta oceánica en menos de 24 horas.



A la vez vio la luz el tercer folleto de la serie de El Caminante, dedicado a los “corrales” de Chipiona y Rota, que en seguida me recordaron los “caneiros” del Guadiana, trampas de ramas y cañas, con forma de cesto enormemente alargado, para atrapar los peces. Aún pude yo hablar, cerca de Mértola, con un viejo que tenía un molino de sumersión y pescaba con aquel comodísimo sistema.


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Ya hay afortunados que tienen en sus manos el tercer número de A Phala, editado ahora por lulu.com. En un ritmo endiablado, Sergio Lima anuncia ya un número cuarto.

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Georges Sebbag vuelve a ponerse en el candelero con otro volumen de pensamiento y surrealismo, en la secuela de su imprescindible Potence avec paratonerre. Surréalisme et philosophie: Foucault Deleuze. Nouvelles impressions du Surréalisme. Aunque los apellidos del título puedan llamar a engaño, Sebbag aborda de nuevo infinidad de cuestiones y motivos del surrealismo, en un trabajo apasionante, que ya reseñaremos con detención.

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Ody Saban, Hada Capucine, 2011

Para el 13 de mayo se anuncia en Marsella la exposición “Ody Saban. El amor recíproco. En las fronteras del art brut”. En la hoja de invitación, su pintura Sobre el puente del barco Deseo. Como se habrá advertido, casi nunca nombramos aquí exposiciones, pero sí lo hacemos en los raros casos en que tienen un componente de revelación y de requerimiento de lo imaginario, como es el caso de una Mireille Cangardel, de un Patrick Hourihan o de una Ody Saban.

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La Collection de l’umbo anuncia dos nuevos cuadernos, de nombres que forman parte del actual grupo surrealista parisino: Claude-Lucien Cauët, Les trois cris, y Mauro Placì, Où mes ruines sont fixes. Se suma a ellos, en La Rivière Échappée, de Alice Massénat, Les dieux-vases (conclusion). Un trío de gran poesía, en la lengua natal del surrealismo.

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“Git-net”, el poema de Jean-Paul Martino incluido en el reciente Osmonde suivi de Objets de la nuit, sigue siendo objeto de traducciones. Tras que fuera vertido al chino, al inglés y al italiano, ahora es la vez del castellano, por Enrique Lechuga y Fernando Palenzuela. Todas estas versiones han ido apareciendo en Soapbox, la bonita hoja del umbo que, recordemos, es enviada solo con demandarla:

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Sobre David Martí, puede verse este fino cortometraje de Marc-Gabriel Malfant (sin cháchara ni música babosa):
Tras publicar el artículo que dediqué a las maravillosas visiones maldororianas de David Martí, busqué en Infosurr si habría alguna referencia a él, llevándome la agradable sorpresa de encontrar en el n. 55 (donde Édouard Jaguer daba breve noticia de mis Disparos del archibrazo) una nota firmada por mi amigo Jean-Pierre Lassalle, tan atento siempre a las aventuras singulares.

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Gallimard publica de Gilbert-Lecomte La vie l’amour la mort le vide et le vent et autres textes. La vie l’amour la mort le vide et le vent apareció en 1933, recibiendo los elogios de Artaud. Gran, esencial poesía, sin nada que ver con esa atonicidad, sin pasión ni riesgo alguno, que es el dechado poético más habitual de estas últimas décadas.

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Virginia Tentindó, Homenaje a La Inmaculada Concepción
de Paul Éluard y André Breton
Mélusine dedica su n. XXXV al erotismo. Los trabajos se ocupan de Marcel Duchamp, Sade (en Man Ray, Magritte y Bellmer), el aspecto táctil del erotismo en el surrealismo (sin que Martine Natat-Antile descuide a Jan Svankmajer), el “erotismo combinatorio” de Virginia Tentindó (de quien es la ilustración de portada), Nelly Kaplan y sus Mémoires d’une liseuse de draps, el erotismo y la creación poética en Ghérasim Luca y César Moro, la “cartografía del imaginario erótico” del grupo de Bucarest, Julien Gracq, Léo Malet (un buen trabajo de Maryam Morel), la exposición de 1959 (revisitada por Marc Kober), la fotografía, un intercambio epistolar de Aragon y Breton en 1918, el automatismo pictórico como “expresión erótica del deseo” (a través de Matta, Lamba, Hérold y Roszda)... Un par de trabajos cogen la materia por los pelos, al tratar uno de Jean Fabre y otro de Merleau Ponty y el surrealismo.
No puede faltar Georgiana Colvile, con su harén habitual de mujeres “mal integradas en el grupo surrealista”, harén de difuntas en que ocupan siempre posición predominante la ridícula Leonor Fini y la esperpéntica Frida Kahlo. Por ella nos enteramos de que “la evolución de las teorías anglosajonas de la igualdad de los géneros, después de haber defendido a las mujeres por el feminismo, luego a la homosexualidad y toda forma de tercer y cuarto sexo por la Queer Theory, se focaliza ahora en los derechos de las especies, es decir de los animales”. Toda esta insulsa caterva de biempensantes profesores yankis denuncia entre otras cosas el “sadismo gratuito” de las peleas de gallos, mostrando así su ignorancia supina de la naturaleza de tan admirable animal totémico (el gallo fino nació para pelear y su placer es la pelea a muerte, intervenga o no el ser humano; no querer reconocerlo es dar muestras del peor antropomorfismo).
Pierre-Henri Kleber, a quien se debe la edición de la enciclopedia Da Costa, se encarga del “Léxico sucinto del erotismo”, señalando en la concepción surrealista del erotismo tres tendencias: la anarquista, la cortés y la transgresiva. Tras un buen trabajo, acaba derrapando  estrepitosamente al tomarse en serio la cafrada de Queneau sobre el humor negro surrealista.
El todo lleva como prefacio un texto de Alexandrian no exento de confusiones: se ve como un “dinosaurio”, o sea un sobreviviente del surrealismo; califica a Patrick Waldberg de “disidente del surrealismo”; y afirma que el acuerdo entre Breton y Bataille por lo que respecta al erotismo era “total”, afirmación que una Annie Le Brun o un Pierre Peuchmaurd podrían rebatirle en un quítame allá esas pajas.
Lo que sí debe reconocerse es que con este número, en su conjunto, estamos ya muy lejos de los caricaturescos ataques que se le han hecho en esta materia al surrealismo y a André Breton en particular, canalizados algunos por la propia Mélusine.
La sección de “Variedades” incluye un análisis de las Mnésiques de Marcel Jean, una arqueología de la recepción del surrealismo en Perú a través de Mariátegui y del poeta masoquista César Vallejo, un artículo sobre surrealismo e inconsciente, otro sobre los retratos del grupo surrealista y otro dando una visión de la trayectoria de Aldo Pellegrini. Por último, dos “reflexiones críticas”: una reseña de tres textos no muy interesantes sobre etnografía y surrealismo (¡qué abismo con el ensayo “Antropomancia” de Merl Fluin!) y un trabajo sobre la reciente exposición que, en el mamarracho parisino suplantador del Mercado de Les Halles (por las noticias que me llegan, aún no demolido), se dedicó al objeto surrealista. Firmado por Paolo Scopelliti, se trata más bien de una reflexión acrítica, ya que pone por las nubes tanto la exposición como el catálogo, lamentables una y otro, como ya tuvimos ocasión de señalar aquí, para después polemizar con el ensayo de Georges Sebbag y Emmanuel Guigon Sur l’objet surréaliste, o sea con lo único de valioso que dio el evento.

El legendario "Mulato" de La Orotava,
en bordado de seda de Margarita Dorta

martes, 7 de abril de 2015

Beatriz Hausner o la llama surrealista en Toronto

En el catálogo de la exposición surrealista internacional de Coimbra “O reverso do olhar”, celebrada en 2008, Beatriz Hausner era así presentada:
Beatriz Hausner, por Susana Wald
“Nació en Chile y se trasladó al Canadá en 1971. Escritora de estilo sofisticado, en la tradición de Breton, se inspira en sus encuentros con la cultura chilena y el afamado grupo surrealista Mandrágora. Traductora de más de una veintena de libros de literatura de autores latinoamericanos (César Moro, Jorge Cáceres, Enrique Gómez-Correa, Aldo Pellegrini, Ludwig Zeller, Rosamel del Valle, etc.). Continuando la labor poética iniciada en las ediciones Oasis (fundadas por su madre, Susana Wald, y Ludwig Zeller, en Toronto, 1975), publicó, entre otros títulos de poesía, la recopilación The wardrobe mistress (2003). Trabaja como librera en Toronto”.
Otros de esos títulos son Towards the ideal man poems (2003), The stitched heart (2004) y The archival stone (2004), pero en los últimos años la lista se ha enriquecido con Sew him up (2010), Enter the raccoon (2012) y La costurera y el muñeco viviente/The seamstress and the living doll (2012).
La costurera y el muñeco viviente permite el acceso en castellano a su obra, tratándose de una estupenda antología, con un buen prólogo que firma Rodolfo Mata y poemas muy sobresalientes, como el que otorga título al libro, “Coppelius y su muñeca”, “La amante del ropero”, “Cache-cœur”, “El hombre que se tragó su lengua” (dedicado a la memoria de Laurence Weisberg) y “La casa de Rue du Château”, serie de oníricos poemas en prosa donde incrusta, en bello diálogo poético, pasajes de Rosamel del Valle, César Moro, Antonin Artaud o su maravillosa tocaya la trovadora Beatriz de Dia. Rosamel del Valle y César Moro son dos de sus referentes mayores, mostrando su arraigo en lo mejor del surrealismo iberoamericano, revelado ya por la lista de nombres traducidos que antes citábamos, y a los que deben añadirse los de Olga Orozco y Enrique Molina y el de un Álvaro Mutis, cuya expresión literaria está a veces tan cercana al surrealismo (The invisible presence: 16 poets of Spanish America, 1925-1995, aparecido en 1996, incluye a la mayoría de estos poetas). En La costurera y el muñeco viviente, la prosa “Hombre original” está escrita “a la manera de Rosamel del Valle”, mientras que a César Moro le dedica “Mi gemelo poético”, título que lo dice todo. Beatriz Hausner es también la traductora, al español y al inglés, de La poutre creuse, poema que Édouard Jaguer había publicado en 1950 y que vio aparecer esta edición trilingüe en Oasis el año 1982. Por entonces, viajeros del surrealismo pasaban por Toronto para encontrarse con los Zeller, y entre ellos, aparte un Arturo Schwarz, un Schlechter Duval o el “fabulosamente divertido” Eugenio Granell, se encontraba Édouard Jaguer, hace poco recordado por Susana Wald. Esto lo refiere Beatriz Hausner en la interesante autosemblanza surrealista que traza en Surreal Estate, antología de trece nombres canadienses influidos por el surrealismo, donde solo con ella, con William A. Davison y con Steve Venright vamos más allá de la mera y confusa influencia. Porque, como Beatriz Hausner señala en el mismo texto, el surrealismo es “una manera de vivir, una manera de estar en el mundo”.
Algunos poemas de La costurera y el muñeco viviente proceden de The wardrope mistress, pero no dos títulos que en esta página del surrealismo tienen que nombrarse: “Je ne mange pas de ce pain-là” –la frase definitiva de la ética surrealista– y “Magritte lover’s in Toronto” –reaparición en otra geografía de los amantes que en 1928 se besaban a través de sus mortajas, haciéndonos pensar al mismo tiempo la bella portada de Susana Wald en La philosophie dans le boudoir, otra de las inolvidables pinturas de Magritte. Pero siempre Beatriz Hausner es una escritora insólita, sorprendente. Un libro en este aspecto emblemático, que por su carácter unitario no tiene representación en La costurera y el muñeco viviente, es Enter the raccoon, sobre los amores de la escritora con un mapache de talla humana. Laurens Vancrevel la ha calificado de “fábula excepcionalmente profunda”, “historia fascinante, obsesiva y melancólica sobre el deseo sexual, sobre las exploraciones y el miedo del otro, pero también sobre la alegría y el terror del abrazo”. Combinando reflexiones e imaginario, revela de nuevo su interés por “el fabuloso cuerpo de poesía” legado por los trovadores, en este caso al evocar el enloquecido amor de lonh de Jaufré Rudel. En otra ocasión, Laurens Vancrevel, que ha traducido los poemas de Beatriz Hausner al neerlandés, se refiere justamente a “su notable seguridad de expresión para relatar los fantasmas y los sueños en frases precisas y turbadoras”.
Beatriz Hausner, a quien una “estela” de Allan Graubard celebraba en And tell tulip the summer, es una presencia firme en las más significativas manifestaciones recientes del surrealismo: Debout sur l’Oeuf, Hydrolith, La chasse à l’objet du désir, el almanaque de Brumes Blondes...
La poesía de Beatriz Hausner es bella como los mares que transportan armarios perfumados, gigantescos nidos de águilas reales, castillos estrellados de ventanas en llamas, la palmera tropical que soñaba con navegar y el sofá campestre de Kafka, con insólitos seres híbridos recostados en molicie sideral.

Rik Lina, The wardrobe mistrees (For Beatriz), 2012

Sellos surrealistas


Como algunos lectores han mostrado su curiosidad por conocer los sellos surrealistas elaborados por Susana Wald y Ludwig Zeller para conmemorar el cincuentenario del Manifiesto del surrealismo, a los que aludimos recientemente, va aquí su reproducción integral, pese a que han aparecido, por ejemplo, en el catálogo dedicado por la Fundación Eugenio Granell a estas dos entrañables figuras del surrealismo.
A la sazón, en presencia de una juvenil Beatriz Hausner, se elaboraron 400 láminas con 12 sellos, que fueron expuestos en otoño de 1974 en Toronto, Pensilvania y Caracas.

¡Albricias!: con Zuca Sardan, vuelven los vuelos de zepelines


Desde 2005 había yo abandonado los viajes de avión, harto de los horrendos aeropuertos y de aviones en que se hacina a los pasajeros como sardinas en lata (en el último, me metieron tan al fondo que ya ni siquiera había una ventana). Ahora por fin, en 2015, Zuca Sardan reanuda los felices tiempos de los enormes, lentos y suntuosos zepelines, que solo sobrevivían en algunas películas y novelas. Voe no zeplin da cuenta de ello, en típica edición artesanal de “atribución no comercial sin derivados”. Ya mi reserva está hecha –basta con arrojar unos dados y al segundo lance ya tenemos el número del asiento– para una probable línea entre la isla de San Borondón y la playa de Knossos, famosa por haber encallado en sus arrecifes el nuevo zepelín, cuando hacía su primer viaje.
Ello lo refiere este folletín en sextillas, que comienza con las visiones del sol y la luna, cuya eterna relación de amor y odio puede ser seguida desde un medio locomotor que se presta a estos lujos. Ni los más poderosos y atentos telescopios han logrado lo que Zuca Sardan con su zepelín: ¡sorprender al sol con unas gafas Rayban! Luego, ya entramos en el relato del interior, con sus pasajeros como Xarlox –que bebe absenta en una calavera de fraile– y la simpática Carmita, o el Barón Bock, que no necesita ese incordio de los correos electrónicos, ya que un cartero albatros se lo trae todo, incluido el cotidiano Manax Kolax Illustrex. La invasión inesperada de murciélagos, cucarachas y “kakerlaks” no supondrá un problema, ya que, con colocar en la ojiva un retrato de Lady Godiva y en el gramófono un disco de Gardel, se pondrán a bailar y dejarán de dar la tabarra.
Tras varios agüeros, el zepelín encalló en los arrecifes de Knossos, donde se encontró con el Minotauro, con Ariadna, con Pasifae, con Baco, en el entierro del disgustado Barón... que al punto resucita. En fin, para más detalles, remitimos a los últimos números del citado Manax Kolax Illustrex.
Voa no zeplin, antídoto contra los malos humores que produce la reinante miseria mental, cuenta con un epílogo constituido por una “anotaciones de lectura” de Francisco Alvim, y qué mejor decir de él sino que se impregna tan bien del espíritu de las sextillas precedentes como para hasta parecer una continuación de ellas. Un texto de Francisco Alvim traduje yo en el n. 73 de La Página, que estuvo monográficamente dedicado a Zuca Sardan.
Celebramos este éxito de la editora Maria Papelão, que a la vez nos ha brindado un nueva publicación de Zuca Sardan y la noticia universal del retorno del zepelín.


Madrid: juegos surrealistas


Desde 1987, es incesante la actividad del Grupo Surrealista de Madrid. En el deseo permanente de extender su radio de acción, se siguen celebrando las jornadas de juegos surrealistas. Tras los juegos de la identidad analógica, la imagen desvelada, la caja negra y la habitación oscura, a fines de marzo tuvo lugar, en tercera sesión, el de los dardos.