martes, 7 de abril de 2015

Beatriz Hausner o la llama surrealista en Toronto

En el catálogo de la exposición surrealista internacional de Coimbra “O reverso do olhar”, celebrada en 2008, Beatriz Hausner era así presentada:
Beatriz Hausner, por Susana Wald
“Nació en Chile y se trasladó al Canadá en 1971. Escritora de estilo sofisticado, en la tradición de Breton, se inspira en sus encuentros con la cultura chilena y el afamado grupo surrealista Mandrágora. Traductora de más de una veintena de libros de literatura de autores latinoamericanos (César Moro, Jorge Cáceres, Enrique Gómez-Correa, Aldo Pellegrini, Ludwig Zeller, Rosamel del Valle, etc.). Continuando la labor poética iniciada en las ediciones Oasis (fundadas por su madre, Susana Wald, y Ludwig Zeller, en Toronto, 1975), publicó, entre otros títulos de poesía, la recopilación The wardrobe mistress (2003). Trabaja como librera en Toronto”.
Otros de esos títulos son Towards the ideal man poems (2003), The stitched heart (2004) y The archival stone (2004), pero en los últimos años la lista se ha enriquecido con Sew him up (2010), Enter the raccoon (2012) y La costurera y el muñeco viviente/The seamstress and the living doll (2012).
La costurera y el muñeco viviente permite el acceso en castellano a su obra, tratándose de una estupenda antología, con un buen prólogo que firma Rodolfo Mata y poemas muy sobresalientes, como el que otorga título al libro, “Coppelius y su muñeca”, “La amante del ropero”, “Cache-cœur”, “El hombre que se tragó su lengua” (dedicado a la memoria de Laurence Weisberg) y “La casa de Rue du Château”, serie de oníricos poemas en prosa donde incrusta, en bello diálogo poético, pasajes de Rosamel del Valle, César Moro, Antonin Artaud o su maravillosa tocaya la trovadora Beatriz de Dia. Rosamel del Valle y César Moro son dos de sus referentes mayores, mostrando su arraigo en lo mejor del surrealismo iberoamericano, revelado ya por la lista de nombres traducidos que antes citábamos, y a los que deben añadirse los de Olga Orozco y Enrique Molina y el de un Álvaro Mutis, cuya expresión literaria está a veces tan cercana al surrealismo (The invisible presence: 16 poets of Spanish America, 1925-1995, aparecido en 1996, incluye a la mayoría de estos poetas). En La costurera y el muñeco viviente, la prosa “Hombre original” está escrita “a la manera de Rosamel del Valle”, mientras que a César Moro le dedica “Mi gemelo poético”, título que lo dice todo. Beatriz Hausner es también la traductora, al español y al inglés, de La poutre creuse, poema que Édouard Jaguer había publicado en 1950 y que vio aparecer esta edición trilingüe en Oasis el año 1982. Por entonces, viajeros del surrealismo pasaban por Toronto para encontrarse con los Zeller, y entre ellos, aparte un Arturo Schwarz, un Schlechter Duval o el “fabulosamente divertido” Eugenio Granell, se encontraba Édouard Jaguer, hace poco recordado por Susana Wald. Esto lo refiere Beatriz Hausner en la interesante autosemblanza surrealista que traza en Surreal Estate, antología de trece nombres canadienses influidos por el surrealismo, donde solo con ella, con William A. Davison y con Steve Venright vamos más allá de la mera y confusa influencia. Porque, como Beatriz Hausner señala en el mismo texto, el surrealismo es “una manera de vivir, una manera de estar en el mundo”.
Algunos poemas de La costurera y el muñeco viviente proceden de The wardrope mistress, pero no dos títulos que en esta página del surrealismo tienen que nombrarse: “Je ne mange pas de ce pain-là” –la frase definitiva de la ética surrealista– y “Magritte lover’s in Toronto” –reaparición en otra geografía de los amantes que en 1928 se besaban a través de sus mortajas, haciéndonos pensar al mismo tiempo la bella portada de Susana Wald en La philosophie dans le boudoir, otra de las inolvidables pinturas de Magritte. Pero siempre Beatriz Hausner es una escritora insólita, sorprendente. Un libro en este aspecto emblemático, que por su carácter unitario no tiene representación en La costurera y el muñeco viviente, es Enter the raccoon, sobre los amores de la escritora con un mapache de talla humana. Laurens Vancrevel la ha calificado de “fábula excepcionalmente profunda”, “historia fascinante, obsesiva y melancólica sobre el deseo sexual, sobre las exploraciones y el miedo del otro, pero también sobre la alegría y el terror del abrazo”. Combinando reflexiones e imaginario, revela de nuevo su interés por “el fabuloso cuerpo de poesía” legado por los trovadores, en este caso al evocar el enloquecido amor de lonh de Jaufré Rudel. En otra ocasión, Laurens Vancrevel, que ha traducido los poemas de Beatriz Hausner al neerlandés, se refiere justamente a “su notable seguridad de expresión para relatar los fantasmas y los sueños en frases precisas y turbadoras”.
Beatriz Hausner, a quien una “estela” de Allan Graubard celebraba en And tell tulip the summer, es una presencia firme en las más significativas manifestaciones recientes del surrealismo: Debout sur l’Oeuf, Hydrolith, La chasse à l’objet du désir, el almanaque de Brumes Blondes...
La poesía de Beatriz Hausner es bella como los mares que transportan armarios perfumados, gigantescos nidos de águilas reales, castillos estrellados de ventanas en llamas, la palmera tropical que soñaba con navegar y el sofá campestre de Kafka, con insólitos seres híbridos recostados en molicie sideral.

Rik Lina, The wardrobe mistrees (For Beatriz), 2012