miércoles, 11 de noviembre de 2015

Miscelánea

Ya se ha publicado el n. 4 de los Cahiers Benjamin Péret. Con la calidad de presentación que lo distingue, incluye un formidable dossier titulado “El Brasil de Benjamin Péret”, imprescindible a partir de ahora si se quiere conocer bien la relación esencial mantenida por Péret con aquella geografía y aquella cultura. Completan este número, por lo que a material destacado se refiere, una recopilación de textos sobre Saint-Cirq-Lapopie, dos cartas de Maurice Heine a Benjamin Péret que permiten una bella semblanza del estudioso de Sade por Georges-Henri Morin, un muy rico estudio de Jerôme Duwa sobre las fotos etnográficas de Péret (encajable también en la sección brasileña), otro de Gaëlle Quemener sobre los paralelos poéticos entre Péret y Georges Henein y otro de Jean Bazin sobre las cajas de Gilles Ghez.
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Murió hace pocas semanas Guy Flandre, quien en 1988 fundó con Peter Wood, Claudette Lucand y Óscar Borillo The Hourglass Association, con muchas ediciones, exposiciones y otras actividades a lo largo de la docena de años siguientes. Guy Girard, que lo conoció en el momento de unirse al grupo surrealista parisino, lo evoca como “una persona discreta pero calurosa con sus amistades, que tenía una bella colección de arte oceánico y surrealista (con algunos Toyen) y al que era siempre un placer rendirle una visita”.
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Los días 26, 27 y 28 de noviembre tendrán lugar en Famalicão los IX Encontros Mário Cesariny. Incluyen la proyección del documental de Perfecto E. Cuadrado sobre Cesariny y el lanzamiento de dos publicaciones: António Maria Lisboa –lembrança e homenagem (n. 14 de los Cadernos de Estudos do Surrealismo) y Um sol esplendente nas coisas, Alberto de Lacerda, Mário Cesariny.
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Anotamos hace un par de semanas la aparición del n. 12 de Agulha, sin reparar en que se nos había escapado el 11, también con importante material sobre el surrealismo, empezando por una breve (aunque no actual) entrevista a J. K. Bogartte, quien ilustra con sus invenciones admirables todo el número. Lamentablemente, las preguntas de una tal Judith Moriarty (el apellido tiene que ser pura coincidencia) no están a la altura, como cuando califica las imágenes de Bogartte como “tristonas y condenadas”, lo cual le rechaza el propio entrevistado.
Otra entrevista, a Enrique Molina, es bien conocida. Como ocurre en todas las que se le hicieron cuando era ya un poeta tan consagrado como para presidir los jurados de redacción juvenil de la coca-cola, desbarra desde el principio, aquí con necedades sobre lo que llama con desprecio el surrealismo “francés”. Y uno no puede sino rugir como un banco de cachalotes macrocéfalos que combaten entre sí por una hembra preñada.
El surrealismo portugués es objeto de un trabajo sobre el teatro y de otro sobre la conflictiva relación entre Luiz Pacheco y Mário Cesariny, este por António Cândido Franco. Luiz Pacheco me pareció siempre un energúmeno que no me daba señales de ningún impulso ascendente, sin los cuales yo no puedo sentir interés por nada ni por nadie, y para entender la confrontación con Cesariny, llena de menudencias, había que estar en el ajo. El problema no era ese, sino que aquel ajo no resultaba apetecible, o sea, que todo aquel intrincado entramado de trapos sucios en que no parecía jugarse nada esencial no justificaba el gasto de energía que requería entenderlo. Debido a eso, por su carácter resumidor y aclaratorio, creo que acaba valiendo más este artículo de António Cândido Franco que toda esa larga y tediosa polémica entre Cesariny y Pacheco. El investigador a quien ya tantísimo deben los estudios sobre el surrealismo portugués, celebra la violenta polémica por haber sido capaz de decir cada uno lo que le parecía, sin traba alguna, en una época de general amordazamiento. En este sentido, pero creo que en ningún otro, sí que se podría considerar, aunque tampoco estoy seguro de ello, una polémica ejemplar.
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La revista Midi-Pyrénées Patrimoine dedica a las “huellas meridionales del surrealismo” su n. 43, noviembre de 2015. El sumario no puede ser más sugestivo, ni comenzar de mejor modo, ya que se ocupa de un grupo surrealista constituido en 1933 en Tolosa, llamado “Trapèze volant”. Luego hay textos sobre el refugio sureño de los surrealistas entre 1940 y 1945, sobre Artaud, Ferdière y Delanglade en Rodez, sobre Breton en Saint-Cirq-Lapopie, sobre Raymond Borde, sobre Adrien Dax y sobre Carcasonne y Joë Bousquet. En fin, por situarnos en la actualidad, Guy Cabanel interviene para afirmar rotundamente: “Creo en la permanencia del surrealismo”, que en su caso nada tiene que ver con la memez del surrealismo “eterno”. De Cabanel y Robert Lagarde hay un inédito de título “Miradas cruzadas”. Sin duda, habrá que mirar con calma las encrucijadas de este número muy especial de Midi-Pyrénées.
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En la Fundación Joan Miró, hasta el 17 de enero se celebra la exposición “Miró y el objeto”. Y en la Galerie 1900-2000, hasta el 19 de diciembre, una amplia muestra de cadáveres exquisitos y juegos surrealistas.
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La colección de Jean-Michel Place “Le cinèma des poètes” ha publicado recientemente Aragon et le cinéma (por Luc Vigier) y Brunius et le cinéma (por Alain Keit). Esperemos que el segundo no incurra en las detestables chorradas que sobre esta gran figura del surrealismo vomitó en sus libros el doctor Jean-Pierre Pagliano.
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En el n. 4 de los Cahiers Benjamin Péret hay una curiosa sección titulada “Documentos”, que parece más bien una especie de Cahier Jean Schuster dentro de los Cahiers Benjamin Péret. Uno de los “documentos” (¿?) es el ataque de Jean Bazin y Jerôme Duwa a Alain Joubert y su excelente reseña de las magníficas memorias surrealistas de Radovan Ivsic. Jerôme Duwa continúa aquí su tan incansable como inútil canonización del más famoso empresario de pompas fúnebres de la historia del surrealismo, cuya flácida obra y triste figura a nadie interesan fuera del restringido círculo parisino del historicismo surrealista. Bazin/Duwa acusan a Joubert de manipular la historia, pero lo que sí es manipular la historia es afirmar una continuidad entre el Schuster de la era Breton (un Schuster que aún en 1966 aludía a “la tendencia común a todos los enterradores: limitar históricamente el surrealismo” y a “la peste de todo lo que puede limitar históricamente el surrealismo”) y el siniestro personaje en que se convirtió después, al modo de lo acontecido, por ejemplo, salvas las distancias, claro está, y empezando estas por los bellos tiempos de cada uno, con un Louis Aragon.
Otro “documento” es uno de los típicos mini-textos de M. Courtot. Como siempre que uno lee a este viejo autor cómico, se pregunta cuántos renglones tardará en aparecer la gran obsesión de su vida, o sea esa mágica extinción en 1969 nada menos que del “movimiento surrealista”: en este caso los renglones son 21. Al final, a partir de una cita de Benjamin Péret completamente circunstanciada (y contradicha por el resto de su vida, que transcurrió dentro del más acrisolado surrealismo), incluso lo hace cómplice de los sepultureros del 69. ¿Quizás hasta habría auspiciado Benjamin Péret en 1982 la creación de aquella inverosímil Asociación para la Cultura, Tecnología, Urbanismo, Artes y Letras (¡!), fundada por el sargento Schuster y sus cabos de guardia para poder vivir a costa de la custodia del cadáver del surrealismo? Qué desfachatez, aunque deba reconocerse que medio siglo repitiendo la monumental mentira de que en 1969 acabó el movimiento surrealista lo hace merecedor, como mínimo, de la Legión de Honor.
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Jean-Claude Charbonel,
Kachina armorigen
Pero ni siquiera en los circunspectos Cahiers Benjamin Péret deja de irrumpir el surrealismo post1969, más aún: el surrealismo 2015. En una preciosa comunicación, Jean-Claude Charbonel, uno de los grandes artistas del surrealismo que prosigue (para desazón de los enterradores, intervenía hace solo un año en Ce qui sera/What will be/Lo que será, “Almanaque del Movimiento Surrealista Internacional”), refiere cómo, a partir de la conocida descripción peretiana del castillo de lo maravilloso, identificado con la cabeza de las kachinas hopis, decidió, con objetos encontrados en las arenas oceánicas, realizar una kachina armorigen. “Concluí el montaje por la cabeza en forma de yelmo sobre la cual fijé, a la manera de las alas de un casco galo o de caballero, los dos fragmentos de un corcho de red de pesca. Solo entonces reparé que el corcho tenía inscritas dos letras, seguramente las iniciales del pescador a quien había pertenecido la red: una B y una P invertidas”.
Preciosa, fascinante comunicación, y verdadero “documento”.