miércoles, 16 de diciembre de 2015

El trapecio volador

El n. 43 (otoño 2015) de la revista Midi-Pyrénées Patrimoine, dedicado a las “huellas meridionales del surrealismo”, nos depara una sorpresa al revelar la existencia en Tolosa, allá por los años 30, del grupo surrealista “Trapèze Volant”, también llamado movimiento K.O.
Raphaël Neuville ha hecho un gran trabajo rescatando los avatares de esta pionera aventura provincial del surrealismo, protagonizada por un grupo de estudiantes ideológicamente radicales aficionados al jazz y, sobre todo, al cine. De hecho, el grupo se funda, el 14 de junio de 1933, con ocasión de una velada especial en el cine Le Fantasio, donde fueron proyectadas La edad de oro, Black and tan fantasy (precioso cortometraje con Duke Ellington y sus muchachos) y Una vida de perro de Chaplin. El nombre que quedará asociado duraderamente al surrealismo es Adrien Dax (de hecho, yo sí tenía noticia de que Adrien Dax había animado un grupo surrealista en Tolosa en 1933), siendo algunos de los otros Lucien Bonnafé (estudiante de medicina a la sazón y luego psiquiatra), Jean Marcenac, Gaston y René Massat, Jacques y Léo Matarasso, Marie-Louise Barron, Paul Ollé, Stéphane Barsony, Henry Cazals, Claude Malafosse... Descubren el surrealismo gracias a Ginette Augier, estudiante de filosofía en Tolosa y amiga de Joë Bousquet, quien fue decisivo en la cristalización del grupo. Ginette regala un manuscrito de Bousquet a Gaston Massat, quien lo visita, quedando fascinado por su colección, en aquel cuarto mágico de Carcasonne: “Tuve la impresión de que el mundo y mi vida comenzaban en ese momento. Max Ernst, Magritte, Tanguy se abrían como puertas”. Todo se desencadena de modo vertiginoso, como ha ocurrido tantas veces en el surrealismo. Leen a Rimbaud, a Lautréamont, a Sade, junto a los textos mayores del propio surrealismo. Y lo leen como es debido, o no hubiera afirmado Bonnafé que “la lección surrealista es una lección de libertad”.
En 1933, el grupo organiza una exposición, celebrada, con sentido escenográfico no convencional, en la sala de entrada del cine. Se compone de fotografías, fotogramas, collages, dibujos y pinturas ejecutados por una decena de personas, ninguno de ellos considerándose “artista” e incluso realizando ante los visitantes, el día de la inauguración, collages a partir de revistas ilustradas. Porque “la poesía debe ser hecha por todos”.
Pero lo que más llama la atención, por su carácter pionero, es la combinación de las obras propias con producciones de locos, provenientes de la colección del entonces director del asilo de Braqueville, con quien en sus cursos ha conectado Marcenac. Entre ellas destacan las de un maniaco desconocido que desde 1915 dibujaba a color el mismo sujeto todos los días: en total seis mil ejemplares del mismo modelo, ferozmente anticristiano, pero del que por desgracia no restan imágenes ni descripciones.
La politización de la época, con el ascenso de la extrema derecha y los violentos motines antifascistas en el centro de Tolosa en junio de 1934, hacen imposible la continuidad del grupo, que rápidamente se dispersa. Matarasso y Bonnafé se instalan en París, donde, con Marcenac, conocen a los surrealistas en el café Les Deux Magots, visitando Bonnafé y Marcenac a Breton en la Rue Fontaine. Marcenac publicará varios poemas, por iniciativa de Breton, en Intervention surréaliste, pero luego se desorienta al estalinismo, convertido en íntimo de Aragon y Éluard.
El estudio de Raphaël Neuville viene acompañado de reproducciones inéditas de obras expuestas en 1933, conservadas en los archivos de Bonnafé. De ellas, el collage Palais de mirages ostenta una calcomanía bien anterior al redescubrimiento de Domínguez.
Como lecturas recomendadas, se anotan las cartas de Joë Bousquet a Ginette Augier (Lettres à Ginette, 1980), de Lucien Bonnafé Désaliéner? Folie(s) et societé(s) (1991), de Jean Marcenac Je n’ai pas perdu mon temps (1982) y de Annie Weidknnet Un ciné-club en 1933 (1988).


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André Breton observando un sapo en el jardín de Saint-Cirq-Lapopie

Pero este pleno descubrimiento no es lo único de este suplemento fabuloso dedicado al surrealismo. Se abre con un trabajo de Alain Paire sobre la legendaria habitación de Joë Bousquet, y, tras el trabajo de “Le Trapèze Volant”, continúa Didier Foucault disertando sobre la diáspora surrealista en el Mediodía tolosano, durante los años 40-45, atendiendo especialmente a Bellmer. Mireille Larrouy escribe sobre Artaud, Ferdière y Delanglade en Rodez, y Dominique Rabourdin sobre Breton en Saint-Cirq-Lapopie. Raphaël Neuville vuelva a la carga enfocando a Adrien Dax (de cuya obra es un gran conocedor) y luego a Raymond Borde, gran cinéfilo amigo de los surrealistas cuya ruptura con ellos, a diferencia de otros casos, resulta hoy mohosa por lo inmerecida e innecesaria.

Guy Cabanel

Queda para el final el otro plato fuerte del suplemento: una muy rica entrevista a uno de los grandes nombres del surrealismo, ese poeta inmenso que es Guy Cabanel. No hay aquí ni un momento sin aliento, y ya de por sí merece la obtención de la revista. Me limitaré a traducir estas palabras suyas, que vienen tras la afirmación de su rechazo del gesto liquidacionista de 1969: “He de confesar que, si creo firmemente en la permanencia del surrealismo, no escribo ni actúo de manera deliberada para mantenerlo. No escribo con vistas a prolongar el vuelo surrealista, pero sé que esa es la mejor manera de contribuir a ello”. La entrevista viene seguida de unos poemas inéditos asociados a obras de Robert Lagarde, cinco maravillas en ese diálogo entre poeta y artista que tan fecundo ha sido siempre en el movimiento surrealista.

Robert Lagarde, Sacude tus brumas