domingo, 24 de abril de 2016

Evocando a Georges Malkine

Iniciamos hoy una línea que esperamos sea fructífera: la presentación de algunas figuras no muy conocidas del surrealismo, poniendo como primer ejemplo a Georges Malkine. En primer lugar, transcribo la semblanza que le dedico en la segunda edición de Caleidoscopio surrealista, siguiendo unas pequeñas notas complementarias en que señalo algunos aspectos y cito las publicaciones esenciales.

*

Georges Malkine (1898-1970). Tras comenzar a pintar en 1920, Georges Malkine conoce a Desnos y entra en el grupo surrealista. Desnos, a quien Malkine le ilustró admirablemente The night of loveless nights, dirá de él: “Poeta y pintor apasionado, Georges Malkine es un gran explorador de esos países del sueño elegidos por sus amigos surrealistas”. En La Révolution Surréaliste colabora con textos surrealistas e ilustraciones (cinco, siendo La nuit d’amour, en el n. 7, celebrada por Édouard Jaguer, quien afirmará que es un anticipo del automatismo de los años 40), y diseña el emblema lautreamontiano de las cartas de la revista, que adoptaría posteriormente Her de Vries para el Bureau de Recherches Surréalistes de Brumes Blondes y que aquí mismo vemos. El Manifiesto del surrealismo lo nombra entre los que han hecho acto de “surrealismo absoluto”, firmando numerosos escritos del grupo, y Breton le dedica la “Carta a las videntes” en 1925 (en julio de ese año, Jacques-André Boiffard le hace un anagrama en el n. 4 de La Révolution Surréaliste: “Georges Malkine: gorge câline de la mort”). De 1926 es su único escrito –espléndido– sobre la pintura: “Pintura de exploración”, y hay que subrayar la importancia de sus combinaciones de pintura y collage, muy singulares en esta década. En el 27 expone en la galería surrealista, con un éxito que lo desazona y que lo hará dejar el arte y, ello unido a las disensiones del 29, marcharse para Oceanía. A la vuelta, se alinea con Breton en el conflicto del “Segundo manifiesto”, aunque se aleja en el 32, a raíz del asunto Aragon. Hombre de muchas profesiones, llegó, en 1938, a unirse a un circo, habiendo sido también vendedor de corbatas ambulante, violinista, buzo, impresor y actor de cine. Fotógrafo, es suya una de las mejores fotos de Breton (así como uno de los mejores retratos, pintado, de su amigo Desnos). En los años negros, formó parte de la Resistencia, siendo encerrado en un campo de concentración, del que logró evadirse.

Georges Malkine, Morada de Thomas de Quincey

En 1948, el aventurero Malkine llega a Estados Unidos. Redacta un libro maravilloso: Au bord du “Violon-de-Mer”, pura delicia llena de humor, solo publicado en 1977, con dibujos del propio Malkine, quien en 1950, además, vuelve a la pintura. Poco gustoso de la vida americana, regresa a París en 1966. Visita a Breton como si tal cosa, pero este muere al poco tiempo, sin poder asistir a su exposición. En ella, Malkine da a conocer una serie maestra, que pertenece por completo al surrealismo (al igual, por lo demás, que todo lo suyo, careciendo aquí de toda significación su alejamiento del 32): las Moradas, construcciones ideales para Breton, Nerval, Satie, Rimbaud, Jarry, Apollinaire, Carroll, Artaud, Villon, Desnos, Li-Tai-Po, De Quincey (su maestro opiómano desde 1925), etc. En el catálogo, titulado Hommage à Georges Malkine, se reproducen textos de Aragon, Baron, Simone Kahn, Duhamel, Ernst, Masson, Neveux, Prévert, Puget y Waldberg. Hasta su muerte, Malkine seguirá pintando en París, escribiendo Alexandrian de esta obra última: “Durante tres años, en una suprema explosión de vitalidad, creó lo principal de su obra, un centenar de lienzos de una fantasía admirable, que se redescubrirán con emoción cuando muchas obras sobrevaloradas de hoy sean olvidadas. Malkine es el pintor de la analogía poética”.
Sobre Malkine el libro fundamental es el catálogo de 1999 Georges Malkine, le vagabond du surréalisme, título que se merece mucho más que André Masson. Este estupendo catálogo del Pavillon des Arts tiene textos de Vincent Gille y propició una rica reseña de Alexandrian en el n. 15 de Supérieur Inconnu: “La pintura de exploración de Georges Malkine”. Luego, en 2004, un catálogo de Les Yeux Fertiles llevó un texto de Gérard Durozoi, y en 2009, la revista Mélusine (n. XXIX) publicó un interesante trabajo de Fabrice Flahutez sobre sus Moradas. Autor también de collages y de objetos-collages, Aube Elléouët le dedicó Le pari de Malkine, incluido en su catálogo de collages de la galería 1900-2000.
“El pintor surrealista por excelencia, por privilegio de inteligencia y de inocencia” (Pierre Peuchmaurd).

*

A bord du “Violon-de-mer” es uno de esos libros cuya lectura me hace pensar en traducirlo yo mismo, ya que, por esas cosas tan absurdas de la vida, nadie lo ha hecho antes. En la portada vemos una de las últimas pinturas de Malkine: El mar, de 1970.
Consterna más aún saber que en 1949 nadie quiso publicárselo, habiendo que esperar a 1977, siete años después de su muerte.
El delirante relato viajero (y Malkine gran viajero fue) va acompañado de 20 retratos de sus descabellados personajes, entre los cuales nombraremos al capitán McRaw (y su museo de a bordo), a la sonámbula Alvine (pasajera clandestina), al pianista autodidacta que solo toca con la mano derecha, al astrólogo Cupidron (que tarda un mes en configurar un horóscopo, lo que de paso nos permite recordar que el propio Malkine era un entendido en astrología) y al políglota Kong. Escenas memorables son la de una catastrófica partida de póker, la del baile de disfraces, la representación de Fausto. Los datos que se van dando no son muy fiables que digamos, y así se nos dice el 17 de mayo que “la isla de Tristán da Cunha, descubierta por Lope de Vega en 1790, fue asociada a la islas Seychelles por la renovación del edicto de Nantes”. Al comienzo del relato, el capitán mira su reloj y dice que hay que partir lo más tardar en seis minutos, ya que tiene un encuentro importante en Usatabago (Brasil), a donde arribarán exactamente el 2 de julio, o sea, tres meses después, a las doce y cuarto; pero al final el fiasco es mayúsculo, ya que en Rio de Janeiro descubren que Usatabago es una población absolutamente imaginaria: “no hay un solo lugar, en todo Brasil, cuyo nombre se parezca ni remotamente a ese”.
Leemos en la contraportada: “Georges Malkine nos introduce, a bordo del «Violon-de-Mer», en un viaje que no acaba… el de la paradoja y el absurdo. (…) Ese viaje en la vida es una recuperación constante de todo lo que existe en un mundo donde nada se crea realmente, pero donde sin embargo todo se recrea sin cesar. Apenas un objeto o un hombre encuentra su función, el conjunto en que se inserta se convierte en inútil, irrisorio, absorbido por el eterno batiburrillo de la vida. Este crucero poético es el del momento, del instante, de la eternidad… es la repetición general a bordo del «Violon-de-Mer», que no deja nada escapar, ni desaparecer, incluso durante el mal tiempo…”

*


Esta es la publicación capital sobre Malkine: el catálogo de su exposición de 1999. Plena garantía le da el hecho de ser Vincent Gille quien escribe sobre este artista que pintaba para crear cosas que no veía en ningún lado y que, no solo en su negativa a hacer carrera artística, mostró toda su vida un antiacademicismo sistemático. Las ilustraciones están llenas de sorpresas, como la serie haitiana, los cuadros con arena o los “lienzos crueles”.
En la portada, un detalle de Sirenas, 1929.

*


No ofrece gran interés, excepto el histórico, esta pequeña monografía que Patrick Waldberg le dedicó el año de su muerte. La pintura es Los paseantes, de 1968, y Malkine, lo que casi nunca hizo, se ha retratado a sí mismo, cuando, en los tiempos en que vivía en Shady e iba a pie a Woodstock, lo llamaban “el caminante”. “Défense” muestra incompleto el famoso cartel “Défense d’afficher”, tan conocido por los parisinos desde 1881. En un bosquejo del cuadro, las dos figuras aparecen al revés: el hombre avanza por la acera hacia la derecha y la muchacha camina por la calle hacia la izquierda, pero siempre encontrándose sus sombras.

*


Mélusine, con buen tino, eligió para la portada de su número sobre la arquitectura y el surrealismo (donde una gran ausencia fue la de Edward James) la morada de Antonin Artaud. De las cuarenta que hizo, vemos más arriba la de Thomas de Quincey, y es que las Confesiones de un comedor de opio fueron una de las lecturas claves en la vida de Malkine.
El trabajo de Fabrice Flahutez, aunque no se ocupe de la singularidad de cada una de las moradas, es excelente, señalando el gusto de Malkine por los espacios grandes y vacíos.

*

En cuanto al logo surrealista que le encargó Breton en 1925, es una referencia al último de Los cantos de Maldoror, cuando el héroe se convierte en cisne negro que carga sobre la espalda un yunque y el cadáver del cangrejo paguro que es la última metamorfosis del arcángel. (“¿Dónde ocultará el arcángel? Se echa a la espalda un yunque y un cadáver; se encamina hacia un gran estanque con las orillas cubiertas y como amuralladas por una inextricable maraña de grandes juncos. Quiso primero tomar un martillo, pero es un instrumento demasiado liviano, mientras que con un objeto más pesado, si el cadáver da señales de vida, lo depositará en el suelo y lo hará polvo a golpes de yunque. Cuando tuvo el lago a la vista, lo vio poblado de cisnes. Lo imagina un retiro seguro para él; merced a una metamorfosis, sin dejar su carga, se mezcla con el tropel de las demás aves”.)