sábado, 7 de mayo de 2016

Jesús García Rodríguez: una migración sobre la faz de la Tierra

Componente del Grupo Surrealista de Madrid, Jesús García Rodríguez lleva a cabo una fértil labor como poeta, ensayista y traductor. Cofundador de la colección Ondina de poesía, ha dado a la luz varios libros en ella (La muerte del capitán, 31 sonetos reciclados, El sexo portátil), así como en las Ediciones Imposible (La dolorosa y trágica historia de Ambrulia Micaela, santa, puta, virgen y mártir, Superfreak, Obituario español, El ventilador pensativo, Fragmentos escogidos, Desmontando a Sade), y está presente en las principales antologías y libros colectivos del grupo español, (Indicios de Salamandra, La experiencia poética de la realidad como crítica del miserabilismo y Situación de la poesía (por otros medios) a la luz del surrealismo), ello aparte sus incisivas contribuciones a Salamandra.
Ahora, Jesús García Rodríguez publica un librito sorprendente en las Ediciones de la Torre Magnética: Migración, donde se vale de una prosa tan suntuosa como cautivadora, una prosa hímnica que  es la única que puede expresar adecuadamente todo el misterio y la fastuosidad del mundo y de “la ardua marcha de los pueblos, como espejismos sobre la nieve”, y que hace pensar en poemas muy antiguos pero también en páginas de Schwob, Cirlot o Lovecraft. Un epígrafe de los Poemas bárbaros de Leconte de Lisle conduce, en las últimas páginas, a la denuncia de la civilización más nefasta: “Y el destructor de los bosques, el hombre de piel blanca y mente enferma, solo ama el dinero y el número –¿acaso Dinero y Número no son uno y lo mismo? Y su amor al número es proporcional a su odio a la vida, y su odio a la multiplicidad es proporcional a su obsesión con lo uno. Mas él también, y todos los oropeles de su soberbia, serán solo carroña lacerada en el vendaval inmisericorde del tiempo. Descanse en paz, y que el humilde acanto y el torvisco y el oloroso toronjil florezcan siempre sobre las ruinas de sus fútiles civilizaciones”.
Pero dejemos al propio poeta expresarse sobre estas migraciones, que han llevado ilustraciones de otro miembro del grupo, Antonio Ramírez. El texto siguiente funciona como “prólogo” del impresionante poema.

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“Esta migración en el tiempo y en el espacio parece querer seguir el vuelo estacional de las aves, y verlo todo desde esa perspectiva itinerante; en ella no hay nostalgia del pasado, ni fervor profético: se aferra al ahora como una garra a su presa, un ahora que, como siempre, es nunca y siempre. Se vislumbra en sus frases una voluntaria negación de la Historia.
En ella se quieren aparear épica y lírica, y quizá no lo consigan. El tono épico predomina, pero eso no significa nada.
El constante salto en el tiempo y en el espacio solo busca aproximar en lo posible el relato a la lógica de los sueños.
Sus palabras son densas y sonoras porque así siento yo el mundo y su despliegue. Cómo uno dice el mundo es la manera que uno tiene de crearlo, de recrearlo. Aquí más que nunca el poema es cosmogonía.
Pero el sentido final de la obra no es estético ni poético, sino ecológico: la diversidad de formas de vida de la naturaleza está y debe estar siempre muy por encima del dominio homogeneizador de las devastadoras tecnologías humanas.
Al último canto no acompaña ordinal alguno porque este poema –como todo poema– puede y debe ampliarse hasta el infinito”.

Antonio Ramírez, Amor crepuscular