martes, 30 de mayo de 2017

El automatismo surrealista y las “mariposas del alma”

Santiago Ramón y Cajal, dibujo neuronal,
Universidad de Zaragoza
Se publicó hace año y medio, en las Prensas de la Universidad de Zaragoza, el sorprendente catálogo Fisiología de los sueños. Cajal, Tanguy, Lorca, Dalí..., cuyo título de por sí habrá producido el desconcierto de muchos –entre quienes me cuento.
En la introducción, Jaime Brihuega, experto en la vanguardia artística española, señala el impacto de los sinuosos dibujos neuronales de Santiago Ramón y Cajal –¡hizo más de doce mil!– sobre los pintores de la época y en particular sobre Lorca y Dalí. Ramón y Cajal, célebre premio Nobel que vivió entre 1852 y 1934, de joven quiso ser artista, vocación contrariada por su padre, que era un típico cretino burgués. Consagrado a la histología, dibujó (y luego fotografió), infatigablemente, la microscopía del sistema nervioso. En sus Recuerdos escribirá: “El jardín de la neurología brinda al investigador espectáculos cautivadores y emociones artísticas incomparables. En él hallaron, al fin, mis instintos estéticos plena satisfacción. ¡Como el entomólogo a caza de mariposas de vistosos matices, mi atención perseguía, en el vergel de la substancia gris, células de formas delicadas y elegantes, las misteriosas mariposas del alma, cuyo batir de alas quién sabe si esclarecerá algún día el secreto de la vida mental!” Si lo que aparecían en el microscópico mundo neuronal eran, más que jardines, verdaderos bosques donde se combinaban infinidad de formas coloridas, y si esa infinita variedad hace pensar en la creatividad inagotable de la imaginación humana, la base de este catálogo, y de su correspondiente exposición, es otra analogía: la de la concordancia visual entre ese léxico cerebral y el del automatismo plástico en sus albores. Aunque Jaime Brihuega apunta que “el surrealismo había hecho ya suyo el imaginario de la histología del sistema nervioso”, lo que se descubre aquí es el impacto directo en Dalí y Lorca, quienes a su vez van a influir en casi todos los pintores de la época, como Planells, Viola, Lekuona, Cristòfol, Lamolla, Caballero, Domínguez, Moreno Villa, Togores o Miguel Prieto, influencia que traspasará la época hasta llegar a un Granell (quien, como dice Brihuega, “lleva a la plenitud del color algunos paisajes que Cajal vio en el interior microscópico de seres en algún momento vivientes”) y a las figuras de Dau al Set y cercanías, como Ponç, Tharrats o Saura. Del mismo modo, los primeros dibujos automáticos de Masson y Tanguy, que deslumbrarán, vía La Révolution Surréaliste, a Dalí y Lorca sumando su lección a la de los dibujos de Cajal, continúan en muchas imágenes de Max Ernst, Miró, Paul Klee, Brauner o Calder hasta llegar a un Wols, quien aparece bastante destacado en el catálogo. Que el retrato del cerebro, tan en boga en la época de Cajal, ha sido una fuente artística de primera magnitud, parece algo irrefutable.

Ángel Planells, El sueño de la voluntad herida, 1929

Dos excelentes trabajos son el de Javier de Felipe “Cajal y sus dibujos: cuando la ciencia era arte” y sobre todo el de Ignacio Gómez de Liaño “Cajal frente a Dalí: neurología y surrealismo”. Al señalar este que la “materia prima” de la ciencia y el arte es la misma, o sea la imaginación, añade: “Aunque el sentimiento o emoción que pueda experimentar el científico al elaborar su teoría es irrelevante respecto al valor científico de la misma, en el caso del arte el conocimiento no es en absoluto indiferente y eso por dos razones: porque, desde un punto de vista artístico, solo se puede disfrutar de lo que ha sido de alguna manera conocido, y porque el arte y la poesía son, también, formas de conocimiento, y los sentimientos que suscitan están íntimamente ligados al conocimiento”. Pero la gran revelación en este trabajo de Gómez de Liaño la trae su indagación en los ignotos cuentos de Cajal, incluidos en su libro de 1921 Charlas de café. Los cuentos de este genial lector de Julio Verne están llenos de hallazgos portentosos, no solo por la presencia de esas criaturas del cerebro sino porque en ellos hasta aparece la mantis religiosa y se anticipa la más grande creación de Dalí: sus relojes blandos. Gómez de Liaño intenta explicar el silencio de Dalí hacia Cajal, quien por cierto hasta fue responsable del laboratorio de la Residencia de Estudiantes. Entre las hipótesis que da, la más convincente es la del senil reaccionarismo artístico del científico, que condenaba todas las vanguardias en lo que parece ser lo único que empaña su figura. En cuanto a Dalí, se inspiró siempre en la ciencia, aunque también enunciara tardíamente esta verdad que para mí sigue siendo incontestable, al menos por lo que se refiere al estercolero de las sociedades “avanzadas”: “El progreso de las ciencias ha sido enorme, pero desde un punto de vista espiritual vivimos el período más bajo de la civilización”.
Este excepcional catálogo no regatea imágenes, y la exposición sin duda fue extraordinaria. Anotemos por último la importancia que se concede a los dibujos de Dormir, dormir dans les pierres..., uno de los libros más bellos que existen de colaboración entre poeta y artista, y que fue el que Péret dedicó a Agustín Espinosa cuando visitó Tenerife en 1935, aunque era de 1929; señala Jaime Brihuega que es en estos dibujos de Tanguy donde se manifiestan en todo su esplendor las analogías con el imaginario histológico, “pues aparecen axones, neuritas, mechones pilosos, relleno de superficie con punteados o con comas, metáforas celulares e incluso segmentos verticales rematados con un punto negro que recuerdan a algunos elementos que luego serán frecuentes en Lorca e, incluso, los alfileres taxidérmicos de Dalí”, ello aparte de que en esos dibujos aparezcan también “manos cortadas, un dedo y formas emuladoras de pliegues vaginales que harán furor en Dalí y en Lorca”.