miércoles, 7 de junio de 2017

Roger van de Wouwer, el incorruptible

Roger van de Wouwer, La luz indirecta, 1963

Con esta publicación pasamos a tener la monografía de referencia sobre Roger van de Wouwer. Ello se debe no solo a la riqueza iconográfica, sino también a haber estado a cargo de Jean Wallenborn, que es otro de los grandes nombres del surrealismo belga y que lleva a cabo un estudio fino, lúcido y muy denso.
Van de Wouwer firmó muchas declaraciones surrealistas, cuando el grupo ya estaba animado sobre todo por Tom Gutt, o sea en los años 60 y 70. Sus encuentros capitales, que lo llevaron al surrealismo, fueron con Leo Dohmen y Gilbert Senecaut, de cuyas trayectorias eminentemente subversivas hace Wallenborn la correspondiente semblanza, si bien nada hubiera sido posible sin Breton y Magritte (motivos más bien de ironía por parte del artista) y deban sumarse los nombres de Nougé y Duchamp.
Van de Wouwer, a quien le gustaba hablar de anti-arte, no se consideró nunca un artista, y hasta una de sus saludables características era la irrisión de la vanidad artística, de ese pernicioso narcisismo que muchos artistas comparten con tantos poetas, sorprendiéndose al final de su vida de que Jacques Wergifosse se interesara por conocerlo y por sus obras de hacía veinte años. Lo suyo era la indagación en el significado del hecho de pintar, y en el efecto que producían sus cuadros sobre el espectador. Su obra es muy variada y casi imposible de clasificar, ya que carece de estilo duradero, cambiando de técnica según fuera su interés de sorprender, de intrigar o de provocar, aunque siempre con las armas del humor y la imaginación. Jean Wallenborn concluye su estudio con estas palabras: “Como la poesía que para nada necesita del alejandrino, los lienzos de Roger se aprecian con el rasero de la fuerza de sus imágenes, sin que sea preciso buscarles ni belleza formal ni racionalidad. Es así como adquieren un sabor que no se altera con el tiempo”.

Roger van de Wouwer, La inmaculada concepción, 1983

En el mundillo de los movimientos artísticos, Van de Wouwer se burló reiteradamente tanto del arte abstracto como del op, que reinaban en los años 60. Pero se lo recuerda sobre todo por el escándalo que en 1963 provocaron sus cuadros Galatea, La incorruptible y La elevación (este último con el papa Juan XXIII bebiendo coca-cola). Estos cuadros, y en particular el primero, donde aparece un torso femenino de piedra con un tampón menstruado, creo que levantarían hoy nuevas ampollas. A la sazón, Tom Gutt hubo de elaborar el manifiesto “Le vent se lève”, que contó con 50 firmas; pero ni René Magritte ni Édouard Jaguer ni Jacques Lacomblez ni los surrealistas de París (de cuya carta, siguiendo la técnica habitual, en seguida se hizo responsable único a André Breton) simpatizaron con la idea de Galatea.
Jean Wallenborn pasa revista a toda la obra de Van de Wouwer, incluidas sus series, una de ellas de dibujos físico-alquímicos, y sus ilustraciones, entre estas la de su propia novela inédita sobre los amores de la reina de Inglaterra con un elefante a partir de los dibujos de una antología de Mark Twain. Por lo que se refiere a sus cuadros, Wallenborn da las claves de algunos de los enigmas pintados por este artista que se negaba a explicar nada de lo que hacía.
En uno de los capítulos del estudio, tras señalarse que los dos grandes críticos de Van de Wouwer fueron –lo que es indiscutible, y una fortuna para él– Louis Scutenaire y Tom Gutt, se reproduce una lista de ineptitudes, chorradas y estupideces espigadas en el parasitario discurso de los periodistas y los expertos en arte.
Señalemos por último que en 2006 realizó Claude François la película À bout portant, sobre Roger van de Wouwer, y que este libro se apoya principalmente en las informaciones poco antes recogidas, sobre todo a lo largo de una serie de entrevistas del director y de Jean Wallenborn con el propio artista, que moriría en octubre de 2005 a los 72 años. La bibliografía del surrealismo en Bélgica se ve ahora enriquecida con una pieza fundamental.

Roger van de Wouwer, A quemarropa, 1969